PostHeaderIcon Capitulo 29

Podría funcionar. Mejor dicho, debería funcionar. Cuando lo propuse todos me miraron extrañados, pero a nadie se le ocurrió una forma mejor de hacerlo.

Llamé a Rubén y todo el grupo vino corriendo, pensando que habíamos encontrado otro muerto. Cuando los vi entrar me di cuenta que no había sido la forma apropiada de llamarles.

- ¿Qué pasa? - Preguntó Rubén mientras inspeccionaba la piscina de arriba a abajo.
- He tenido una idea que puede ayudarnos a librarnos de eso que tenemos encerrado en el servicio.

- ¿Has encontrado un arma? - Dijo Raúl con una sonrisa que se fue desdibujando cuando vio que mis manos estaban vacías.

- Creo que podríamos intentar utilizar ésto - Contesté señalando las cuerdas recubiertas por piezas circulares de plástico que separaban las calles de la piscina.

- ¿Qué utilidad puede tener ésto? - Dijo Marta levantando parte de una de las cuerdas que se encontraba al lado de los carritos que contenían el material para la piscina.

- Podríamos rodearla, atarla y así poder manejarla sin demasiado riesgo.

Nadie dijo nada durante un rato. Lo único que rompía el silencio era el chapoteo de Laura en el agua que jugaba ajena a todo. Había estado apunto de perderla. Si hubiese acudido en su ayuda instantes más tardes en el baño, ese monstruo ya se hubiese avalanzado sobre ella y sin duda la habría matado. No podía permitir que volviese a pasar. Debíamos pensarlo bien y no dejar nada al azar.

- Se podría probar - Comentó Rubén mientras se frotaba la cara dejando en evidencia que no lo veía nada claro.

- Yo creo que... - Comenzó a decir Raúl, pero fue interrumpido por un grito de Laura que retumbó en toda la psicina.

- ¡Hay otro monstruo! ¡Hay otro mami! - Decía mientras pataleaba en medio de la psicina.

Entonces lo vi. A unos metros de Laura, bajo el agua, una sombra se desplazaba, medio flotando. Antes de darme cuenta Rubén ya se había lanzado a la piscina a por la niña. La cogió y la acercó al borde mientras la silueta les seguía lentamente. Estiré los brazos y saqué a mi hija del agua pero Rubén cayó de nuevo al agua cuando intentaba salir por uno de los bordes de la piscina. Algo tironeó de él haciendo que se hundiese.

Los focos se encendieron iluminando perfectamente la piscina. Entonces pude ver que no era una, si no varias las figuras que habían en el agua junto con Rubén. Emergió en la superfície, con la respiración entrecortada pero volvió a sumergirse al ser estirado por las dos figuras.

Raúl, que volvía a la carrera después de haber encendido los focos, se lanzó a la piscina sin pensárselo un momento empujando a su paso al chico pelirojo que observaba la escena estupefacto desde el borde de la piscina.

Rubén volvió a salir a la superfície y consiguió dar un par de brazadas y coger una bocanada de aire antes de volver a ser arrastrado hacia el fondo de la piscina. Raúl llegó hasta su posición y tiró de él, liberándolo, mientras los muertos los rodeaban. No flotaban. Posiblemente todas sus cavidades estaban llenas de agua haciéndoles así caer hasta el fondo de la piscina.

Llegaron al borde de la piscina donde les esperábamos y conseguimos sacarlos tirando de ellos. Rubén vomitó el agua que había tragado y tosió violentamente durante unos instantes. Había ido de bien poco.

Por su parte, los muertos se agolpaban en el fondo de la piscina intentando alcanzar el borde con sus manos pútridas pero no conseguían más que asomar las falanges ya descarnadas de sus dedos por encima de la superfície del agua.

PostHeaderIcon Capitulo 28

Podía ver el terror en sus ojos. Todo lo que no expresaba con palabras lo hacía a través del lenguaje corporal. Sudaba como si llevase horas en una sauna y por su respiración entrecortada cualquiera hubiese dicho que acababa de correr una maratón. Sin embargo era el miedo, el pánico el que hacía que su corazón se acelerase de ese modo.

Había tenido la valentía de ir a por aquella red mientras Raúl y Rubén forcejeaban con la mujer muerta, y se había atrevido incluso a atacarla con ella cuando la adrenalina corría por sus venas y arterias en una concentración mucho mayor a la habitual, pero ahora, cuando esa concentración había disminuido de golpe, se encontraba fundido. Podía sentirlo. Se encontraba sentado en el suelo, apoyado sobre sus brazos que estaban estirados hacia atrás. Miraba el techo, quizá pensando lo cerca que había estado de morir momentos antes.

Raúl, por su parte, parecía aún excitado por todo lo ocurrido. Andaba de un lado a otro mientras comentaba la jugada con mi marido:

- Quizá podamos apresarla de algún modo para sacarla de aquí.

- Quizá - Respondió Rubén. Ese quizá lo conocía bien. No estaba prestando atención a lo que Raúl le contaba ya que él estaba inmerso en otros pensamientos. Le pasaba muy a menudo.

Marta se encontraba en un rincón, sentada sobre uno de los bancos como los que habíamos colocado para apresar a la mujer muerta. Contemplaba sus manos mientras sus lágrimas caían en silencio sobre ellas. Estaba abatida.

- ¿Estás bien? Saldremos de ésta - Le dije acercándome a ella con mi hija en brazos.

Me miró con los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas. Intentó esbozar una sonrisa como agradecimiento, pero no pudo más que mostrar una mueca elevando sus mejillas mientras otra lágrima se escurría por una de ellas.

- Mama, el monstruo quiere salir - Me comentó Laura, que parecía estar viviendo en uno de sus cuentos donde ella debía ser la princesa y los tres chicos los guerreros que luchaban contra el monstruo para evitar que se la comiera.

- No le dejaremos salir, cariño. Ven, vamos a buscar algo para jugar ¿vale? - Le dije mientras salía del cambiador a través de la puerta de doble hoja, parecida a la que separa las salas de los hospitales.

Siguiendo unos carteles que colgaban del techo llegamos a la piscina. Estaba cubierta por una gigantesca lona de plástico que impedía que la luz solar penetrase por ella de forma directa. La lona filtraba la luz como si de una lámina translúcida se tratase, sumiendo así la piscina en la penumbra. Los focos, que colgaban de una estructura metálica que se encontraba en el techo y sobre la que también estaba enganchada la lona, se encontraban apagados. Deberíamos intentar encenderlos, si es que aún había corriente eléctrica.

En un rincón se dos carros con ruedas de una dimensión considerable contenían material para la ayuda en la natación para los niños más pequeños. Manguitos, burbujas, pelotas, entre otros, se encontraban amontonados en ambos carros.

Pese a que debía llevar como mínimo un par de semanas sin mantenimiento, el agua parecía estar limpia. Si queríamos aprovechar ese agua también deberíamos encontrar donde guardaban las pastillas de cloro que debían utilizar para mantener el agua limpia de algas y microorganismos.

Toqué el agua, contra todo pronóstico estaba tibia, posiblemente porque la lona hacía que se produjese un efecto invernadero. El calor del Sol entraba en la piscina y la lona impedía que se escapase.

- ¿Quieres jugar un ratito en el agua? - Le pregunté.

Se le iluminaron los ojos y asintió repetidamente con la cabeza. - Pero no tengo mi bañador - Me dijo mientras se le desvanecía la sonrisa que se le había dibujado segundos antes en el rostro.

- Espérame aquí ¿vale? No toques nada. Vuelvo enseguida.

Corrí hacia recepción. Al entrar había visto unos bañadores con el nombre del club de natación colgados en la pared. Cogí el que me pareció que le vendría mejor y volví hacia la piscina.

- Mira - Le dije mostrándole el bañador. - Prúebatelo.

Le ayude a desvestirse y a ponerse su nuevo bañador.

- ¡Ni hecho a medida! - Le dije.

Desde que los muertos comenzaron a levantarse no la había visto tan contenta. Corrió hacia los carros que contenían los objetos para ayuda en la natación y se puso dos manguitos. Después, enseñándome una de esas burbujas rojas que van atadas alrededor del cuerpo y quedan a la espalda, me pidió que le ayudara a ponérsela.

Se lanzó a la piscina desde uno de los pequeños trampolines de piedra que estaban situados frente a cada calle de la piscina no sin antes pedirme que le prestase atención inumerables veces para que viese como saltaba.

Mientras la veía jugar en el agua me invadieron las ganas de tirarme a la piscina vestida y jugar con ella en el agua, pero acababa de ocurrírseme algo que nos podría ayudar contra la mujer muerta que aún debía retorcerse tras la puerta de los servicios.

PostHeaderIcon Capitulo 27

- ¿Nos piensas decir a dónde nos llevas? - Protestó Vanesa.
- Salgamos de aquí. Ahora os lo explico - Le contestó Violet sin mirarla.

Vimos a algunos muertos, incluida la chica de la rodilla rota, pero ellos no nos vieron. Estaban siguiendo a algo o alguien al otro lado de la calle. Salimos del pueblo por donde habíamos entrado sin perder la referencia de unas montañas en el horizonte que teóricamente, y según las indicaciones del chico, estaban en dirección norte y nos dirigimos nuevamente hacia la carretera principal que habíamos abandonado horas antes cuando nos dirigíamos hacia el pueblo.

- Deberíamos buscar un lugar donde descansar. Y después pensar de dónde vamos a sacar comida y agua. Tenemos provisiones para los próximos tres días, nada más. - Indiqué mientras rebuscaba en la mochilla que llevaba con la estúpida esperanza de que la comida se hubiese multiplicado en su interior desde la última vez que la había abierto.

- ¿Todavía tienes la caja donde venía éternité? - Me preguntó Violet.

- Sí, la lleva Vanesa en su mochila. - Respondí.

Vanesa abrió la mochila y sacó la caja de éternité, que estaba arrugada y bollada por ir entre todas las demás cosas. Violet se la arrebató de las manos y la empezó a inspeccionar, como si supiese lo que buscaba.

- ¿Qué buscas? Ya examinamos la caja y el manual y no había nada que nos pudiese ayudar.

- Aquí. Mirad. Está la dirección de los laboratorios. Se encuentran en un polígono industrial de Burdeos.

- ¿Y qué nos importa eso? - Pregunté, sin saber qué quería decir.

- Se ha extendido. Vuestro gobierno ha fracasado al intentar contener la epidemia. Sabe Dios cuánta gente infectada logró escapar del campamento que instaló el ejército y dónde se encontrarán ahora. Por lo que han contado estos chicos, cada cual tomó su camino por lo que sólo es cuestión de tiempo que se vayan dando brotes en todas las ciudades cercanas. Ésto no tardará más de unas cuantas horas en pasar, si no es que ya ha pasado, como en el pueblo en el que acabamos de estar. Y una vez la cantidad de muertos sea lo suficientemente grande, será imposible contenerlos.

- No me has contestado - Dije.

- Lo que te quiero decir es que no queda un lugar seguro donde vivir. Por mucho que te atrincheres en una isla, en un búnquer nuclear o en cualquier otro lugar que te imagines, tarde o temprano los víveres se acabarán y la gente que allí haya morirá de hambre. ¿Realmente crees que el paquete que le llegó a Ramón era el único que se envió? ¡Ojalá! Pero hay que ser ingénuo para creer eso.

- Sigues sin contestarme. ¡Explícanos de una vez qué tienes en la cabeza! - Exploté como hacía tiempo que no lo hacía. Todo lo que estaba diciendo era jodidamente cierto pero yo en ese momento era incapaz de asimilarlo.

- Debemos buscar una solución y si en algún lugar la podemos encontrar es en Burdeos. Debemos viajar a Burdeos.

- ¿A pie? Son más de tres cientos kilómetros. Es una locura. Será más de un mes de viaje y una vez allí nadie te asegura que encuentres nada. Quizá ya estén todos muertos. O quizá ni te dejen entrar.

- ¿Se te ocurre algo mejor? Proponlo. Te esucho. - Me retó.

Cuando el silencio ya se había apoderado de la conversación Violet se giró y echó a andar.

- Vamos, hay que encontrar un sitio donde descansar y conseguir alimento antes de partir.

- Sólo dime una cosa más ¿Cómo sabías que el chico tendría idea de hacia donde estaba el norte? ¿Y cómo sabes que no te engaña?

- Mientras tu te lavabas nos enseñaron lo que tenían "útil" y entre un machete, una cantimplora y unos prismáticos, había también una brújula. Sin duda estando toda la tarde encerrados habrían mirado hacia donde estaba el norte. Y cómo sé que me dijo la verdad... Nos estaban condenando a muerte "invitándonos" a salir fuera, sin comida ni un lugar a donde ir, así que, por puro remordimiento estoy casi segura de que me dijo la verdad.

PostHeaderIcon Capitulo 26

Empezó a oscurecer y todavía no había ni rastro del pueblo. Violet estalló cuando pasamos junto a una señal que indicaba que el pueblo se encontraba a tres kilómetros.

- ¿Todavía tres kilómetros más? - Protestó la joven inglesa.
- Sí... Parece que está más lejos de lo que pensaba - Dije tratando de disculparme, aunque en realidad ella era la que menos se podía quejar ya que éramos Vanesa y yo quien llevábamos las mochilas cargadas.

Pasado un rato, entre media y una hora, llegamos al pueblo. No parecía haber nadie en sus calles. Anduvimos por varias de ellas, buscando un hostal o pensión donde pasar la noche pero no encontramos nada. Apenas un par de tiendas pequeñas asomaban de entre todas las casas. Por supuesto, cerradas a cal y canto.

Tras unos minutos vimos a una chica al otro lado de la calle. Parecía estar borracha o drogada por su forma de caminar, y se dirigía en dirección contraria a nosotros.

- ¡Menuda yonki! - Exclamó Vanesa.

Cómo no, me tocaría a mí intentar preguntarle si conocía un sitio donde poder pasar la noche.

- ¿Hola? Perdona, aquí detrás. - Le dije mientras iba tras ella.

Se giró. Se giró y pude ver lo muerta que estaba. ¿Muertos vivientes fuera de la ciudad vallada? ¿Cómo coño habían salido?

La chica comenzó a correr hacia a mí, mejor dicho, comenzó a trotar ya que iba cojeando de la pierna derecha. Toda la articulación de la rodilla estaba aplastada y sonaba horriblemente a cada zancada. Cuando hubo avanzado no más de diez metros, la rótula se le partió y cayó al suelo. Trató de levantarse, y estuvo a punto de conseguirlo, pero no parecía comprender que no debía apoyar su peso sobre la pierna derecha y volvió a caer al suelo.

Miré hacia atrás, donde Violet y Vanesa estaban pálidas, casi tanto como esa chica.

Un hombre calvo y gordo igual de muerto que la chica de la rodilla rota ya asomaba por la esquina de la calle junto a tres muertos más.

- ¡Aquí! ¡Venid, deprisa! - Una voz de chico joven nos llamaba desde alguna de las casas.
Tras pasar la mirada por la mayoría de ventanas, pudimos ver que se encontraba en la segunda planta de una casa antigua en bastante mal estado.
Con la mano nos hizo un gesto para que fuésemos hacia la puerta, donde otro chico nos recibió e invitó a entrar.

- ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? - Nos preguntó.
- Venimos de la ciudad - Respondí.
- ¿Queda gente viva allí? - Preguntó el chico que bajaba por las escaleras que daban al segundo piso.

- No sé. No creo. No hemos vistos muchos supervivientes en las últimas semanas. - Respondí de nuevo.
- Y vosotros, ¿cómo es que estáis aquí? - Preguntó Violet.
- Veníamos con un grupo de los pocos que sobrevivieron al campo de refugiados.
- ¿Y por qué no seguís allí?
- De alguna forma los muertos se colaron y estalló el caos. El ejército intentó contener a los civiles, incluso disparándoles, pero fue inútil. Un grupo de personas fueron hacia la ciudad y nosotros preferimos venir hasta aquí. ¿Los habéis visto?

Una instantanea se formó en mi cabeza. Mientras íbamos con el todoterreno habíamos visto un grupo de gente al lado de la verja.

- ¡Sí! - Exclamé. - Consiguieron entrar en la ciudad, pero no sé qué habrá sido de ellos.

- ¿Cuándo han llegado los muertos hasta aquí? - Preguntó Violet.

- Ésta tarde, poco después de llegar nosotros. De casualidad nos pudimos meter en esta casa, pero la mayoría de gente del pueblo es mayor y no han corrido la misma suerte. Quedan algunas familias en sus casas, pero no hay forma de contactar con ellas. No quieren asomarse a las ventanas para no llamar la atención.

- ¿Y qué pensáis hacer ahora? - Preguntó Vanesa.

- Esperar. Tarde o temprano alguien vendrá. O eso esperamos.
- Todavía hay agua, por si queréis lavaros un poco - Sugirió el otro chico.

Nuestro aspecto tras varias semanas sin lavarnos debía ser horrible, sin contar el olor corporal.

- No hay ducha, está estropeada, pero hay una pila aquí - Nos comentó el chicó que nos abrió la puerta mientras nos acompañaba al servicio.

Entré en el baño y cerré la puerta. Quizás no pudiera afeitarme, pero almenos sí lavarme de cintura para arriba. Me quité la camisa y me dispuse a lavarme. El agua salía fría, pero no puse ninguna pega. Ver como de un grifo salía agua logro que me evadiera de la realidad por unos instantes e imaginé que no había sucedido nada.

Aproveché para lavar también la camisa. Cuando terminé abrí la puerta del baño. Los cuatro se encontraban en el sofá que había en el salón hablando, supongo, de cómo habían transcurrido las última horas o días.

Nada más verme, uno de los chicos se levantó y señalanadome dijo: - Eh, tío ¡¿Qué cojones es eso?!

- ¿El qué? - Dije sorprendido, mirándome de arriba a abajo.
- Tu brazo, tío. Te han mordido joder.
- Ya... Es... Bueno ya hace semanas de eso. Ahora estoy bien.
- ¿Que estás bien? Hemos visto lo que pasa cuando te muerden - Continuó diciendo el otro chico. - Cuando te muerden acabas siendo una de esas cosas en pocos minutos. Lo hemos visto no hace ni dos horas con la tía esa con la rodilla rota.
- No funciona así - Interrumpió Violet.
- Me da igual como funcione. Yo sé lo que he visto y no queremos correr riesgos de ningún tipo, por lo que sería mejor que os marcháseis. - Dijo el chico que aún estaba en pie, incrédulo.
- No pasa nada. Llevo desde el primer día con ésto y ya se me ha curado, joder - Protesté. - Pero si así lo queréis, nos marchamos.
- Os acompaño a la puerta - Contestó sin vacilar.

Me puse la camisa, aún mojada y salimos a la calle no sin que antes Violet les dirijiese su mejor mirada de odio. Nos estaban condenando a morir. Si los muertos habían conseguido salir de la ciudad quién sabe hasta donde habrán llegado. No debe haber un lugar seguro en decenas kilómetros a la redonda.

Los chicos nos miraban desde la ventana del piso superior. Por suerte los muertos que habíamos dejado atrás una hora antes ahora ya no estaban. Pero sin duda no andarían lejos.

- Sólo una cosa... ¿Hacia dónde está el norte? - Preguntó Violet.

Uno de los chicos señaló una dirección sin decir nada.

- Sólo hay un sitio donde nos puedan decir cómo parar esto. En marcha. - Nos dijo Violet mienstras avanzaba en esa dirección.

PostHeaderIcon Capitulo 25

Una horrible cicatriz en mi brazo era todo lo que quedaba tras el ataque de Ramón hacía ya varias semanas. La verdad es que no nos las hemos apañado mal, pero cada vez resulta más difícil encontrar comida. Hemos acabado por completo con los víveres que quedaban en una pequeña tienda de barrio que se encontraba abierta. Las provisiones que llevábamos en el coche las agotamos en pocos días.

Por suerte el combustible no parece ser un problema de momento. Hemos podido extraer gasolina para el todoterreno todas las veces que lo hemos necesitado.

Después de recorrer toda la ciudad hay que reconocer que los militares hicieron un buen trabajo al aislarnos. En estas tres semana, día más, día menos (se hace difícil saber a ciencia cierta en qué día estamos) no hemos encontrado un lugar por donde poder salir con el coche. Así que, muy a nuestro pesar, deberemos abandonar el vehículo para salir de la ciudad. Ya hemos pensado como hacerlo. Llegaremos hasta la verja metálica con alambre de espinos que colocaon los militares y la cubriremos con las mantas que llevamos en el coche. Así podremos saltar la alambrada sin herirnos.

Hemos cargado las mochilas que llevábamos Vanesa y yo el día que partimos con la comida y el agua que nos quedaba. Tratamos de esconder el coche entre unos matorrales. Una cosa es que no pudiérmalos llevarlo con nosotros y otra es que lo abandonemos a su suerte. Quien sabe si nos podría ser útil algún día.

Apilando objetos varios, como un mostrador, unos tablones y una estantería, todo ello sacado de la pequeña tienda de la que tomamos prestada la comida y el agua las últimas semanas, pudimos llegar hasta una altura aproximada de dos metros. Desde ahí, con las mantas sobre el alambre de espinos, pudimos saltar al otro lado, no sin llevarnos un buen golpe, sobretodo Vanesa.

- No parecía estar tan alto, joder. - Se quejó Vanesa sacudiéndose el polvo de la ropa.
- Te dije que flexionases las rodillas al caer - Puntualizó Violet.

Vanesa le lanzó una mirada de desaprovación, pero no dijo nada.

Hacía días que la relación entre ambas se había vuelto muy tensa. Creo que desde un primer momento saltaron chispas entre ambas pero no supe o no quise verlo. Intento mantenerme al margen y calmar los ánimos siempre que puedo, pero la situación es agobiante.
Supongo que a todos nos ha pasado lo de tener dos amigos que no pueden ni verse, pero aún es peor cuando esas dos personas son las únicas personas vivas que conoces.

- Bueno, ya estamos fuera. - Dije para intentar cambiar de tema y que no acabasen discutiendo nuevamente.
- Sí... Pero no se ve ni un coche. Quizá el gobierno haya aconsejado, o prohibido, que nadie se acerque a esta zona. - Dijo Violet.
- Almenos ya hemos dejado atrás los muertos, dijo Vanesa mientras hacía una mueca a los muertos que se habían congregado tras la verja, intentando seguirnos.

Uno subió al mostrador, pero al intentar subir a la estantería cayó al suelo. Otro, algo más hábil, consiguió subir a la estantería, pero con sus torpes manos tiró la manta al suelo, por lo que acabó agarrándose con sus manos al espino. Perdió varios dedos, pero consiguió subir a lo más alto de la alambrada. Aún así, no consiguió bajar. Su carne se entrelazó con el alambre de espino y cuanto más se movía más atrapado se encontraba. Su sangre y trozos de carne llovían sobre los demás muertos creando una escena que firmaría el mejor director de cine gore del momento.

- Vicente ¿Dónde está la ciudad más próxima? - Me preguntó Violet.
- Hay un pueblecito en esa dirección. - Le dije mientras señalaba con el brazo.
- Deberíamos ir hacia allí antes de que anochezca.
- Podemos seguir ésta carretera y a pocos kilómetros encontraremos un desvío hacia la izquiera, cogiéndolo nos llevará directamente hasta el pueblo. Podemos estar allí en unas cuatro horas. Quizá aún sea de día para entonces.

Nos dirigimos hacia allí y pasadas dos horas encontramos el desvío. Pensé que estaba más cerca. Realmente jamás había hecho ese recorrido andando y se me hizo larguísimo. Por lo menos nos debían quedar cuatro horas por el desvío y sin duda llegaríamos al pueblo bien entrada la noche, pero preferí no decirlo.
Durante todo el trayecto no vimos mas que un coche abandonado en el arcén, ni rastro de los pasajeros. Ya ninguno de los tres tenía dudas de que esa zona también había sido vetada o evacuada por el gobierno y el ejército, esos mismos que prometieron que volverían a por nosotros y jamás lo hicieron. Lo primero que iba a hacer en cuanto me recuperase de todo lo que había pasado era buscar un medio de comunicación y explicar cómo nos habían encerrado como ratas y nos habían intentado dejar morir. Seguro que me darían una buena pasta por ello.

PostHeaderIcon Capítulo 24

Abrí la puerta y saqué a mi hija tal y como se encontraba, con los pantalones bajados. Se me agarró al cuello fuertemente mientras lloraba.

Los muros que separaban un retrete de otro no llegaban hasta el techo y, por el hueco que quedaba libre, vi como algo intentaba salir.

Pronto llegaron todos, con Raúl al frente.

- ¿Qué sucede?
- Hay algo ahí. - Le dije señalando al muerto.
- ¡Joder! Ahora entiendo porqué la puerta del edificio estaba abierta. Salieron echando leches de aquí y dejaron a eso atrapado ahí.
- Y seguramente cerraron la puerta exterior, la que saltamos, para que nadie se topase con esto posteriormente. - Aventuró Rubén.
- ¿Creéis que puede salir? - Preguntó Marta.
- No lo parece, o almenos le va a costar horrores. - Le contestó Rubén mientras nos abrazaba a mí y a Laura.
- De todos modos.. Algo deberemos de hacer con él, o ella. - Sugirió Raúl.

Estaba claro que no podíamos permitir que una de esas cosas estuviese dentro de nuestro nuevo 'refugio'. Lo que no estaba tan claro era quién y cómo iba a acabar con él. Habíamos llegado hasta las instalaciones con la intención de limpiar la ciudad de los miles de muertos que debía haber en ella y ahora no éramos capaces de acabar con uno que encima se encontraba atrapado.

¿Cómo se mata a un muerto? Si es que están muertos. Almenos no tienen un aspecto demasiado saludable. No teníamos armas. Ni un triste cuchillo, aunque por lo visto en el campamento al que nos llevó el ejercito no parecen temer el fuego de una ametralladora, por lo que un cuchillo sería todo menos útil contra este tipo de enemigo.

Mientras todo esto pasaba por mi cabeza, eso continuaba revolviéndose. Cayó varias veces al suelo, se incorporó y comenzó a aporrear la puerta nuevamente. Con uno de esos golpes el pequeño pestillo que mantenía a la bestia atrapada cedió y la puerta se abrió de par en par.

Con dos zancadas alcanzó a Raúl, al que empujó y los dos rodaron por el suelo. Marta gritó y yo me hice atrás con mi hija en brazos.

Rubén agarró por la camiseta al muerto, aunque cada vez estaba más segura que era una muerta, y tirando de ella se la quitó a Raúl de encima. La lanzó contra una pared, tropezó y al caer se golpeó la cabeza contra el retrete del servicio donde estaba encerrada hacía unos instantes.
Un reguero de sangre brotó de su cabeza, pero no pareció importarle lo más mínimo. Instantes después ya estaba en pie y forcejeando de nuevo con Raúl y Rubén.

El chico pelirojo que había desparecido de la escena unos instantes apareció de repente con una red de piscina, de esas que van al extremo de un palo largo y sirven para sacar del agua cualquier cosa que flote en ella. Introdujo la cabeza de la muerta en la red y tiró de ella, haciéndola caer de espaldas.

- ¡Salid de aquí! - Gritó Raúl.

Todos corrimos y cerramos la puerta de los servicios tras nosotros. Rubén y Raúl atrancaron la puerta con uno de los bancos de madera que había en el cambiador impidiendo que el monstruo saliese tras nosotros.

La criatura golpeaba la puerta desde dentro pero era incapaz de abrirla. Estábamos exhaustos y ni siquiera habíamos acabado con uno de ellos. Éramos cinco adultos contra una de esas cosas y por poco no vivimos para contarlo. Es más, ni siquiera la habíamos vencido. Se encontraba al otro lado de la puerta, ansiosa por volver a bailar con nosotros.

Soprendentemente, Laura ya no lloraba en mis brazos. Tenía una cara de pánico como nunca le había visto y miraba fíjamente la puerta que mantenía a ralla a aquella criatura.

- Algo habrá que hacer con ella... - Comentó Raúl. - Por suerte tenemos tiempo para pensarlo, pero no me gustaría dormir en el edificio donde se encuentra una de esas cosas.
- Y que lo digas. - Contestó mi marido. - No se cansaba de arremeter contra nosotros. De hecho, sigue arremetiendo contra la puerta, ¿cómo coño es posible?

Ya no había duda. Sobrevivir sería mucho más difícil de lo que habíamos pensado y acabar con todas las criaturas de la ciudad poco menos que imposible.

PostHeaderIcon Capítulo 23

El recinto en el que estaba situada la piscina era grande. La piscina era cubierta y se encontraba dentro del edificio aunque cuando se celebraba alguna competición pasaba a ser una piscina descubierta simplemente desmontando la lona que la cubre. Una vez retirada la lona, las gradas que había tras ella se plagaban de gente aunque raramente se llenaban del todo. Normalmente sólo familiares y conocidos de los nadadores entraban a ver las competiciones además de algún jubilado que al ver más gente de lo normal en el recinto, entraba a ver qué sucedía y finalmente se quedaba a ver la competición ya que no tenía nada mejor que hacer.

El primer escollo que tuvimos que superar para entrar fue una verja verde que rodeaba todo el edificio. La mayoría del perímetro además estaba rodeado por un muro de setos verdes y frondosos que impedían ver el interior del recinto. Solamente no había setos en la entrada que era una puerta de hierro corredera que debía pesar una barbaridad.

Decidimos pasar por encima de la puerta. Ayudándonos los unos a los otros en poco tiempo estábamos todos al otro lado de la verja. Pese a que nos pareció un engorro, seguramente más lo sería para los muertos. No sabíamos si podían trepar, pero cuantas más barreras físicas hubiese entre ellos y nosotros más seguros nos sentiríamos.

El recinto contenía unos pequeños jardines que bordeaban el camino que llevaba directamente al edificio en el que se encontraba la piscina y las instalaciones.

Pese a llear una semana o algo más sin cuidado alguno, los jardines tenían buen aspecto. La puerta se encontraba cerrada, al igual que las ventanas que se encontraban en la planta baja. Éstas, además, contaban con barrotes que protegían los cristales de las mismas.

- Podríamos romper el vidrio de la puerta y entrar.- Propuso Raúl señalando las piedras que delimitaban el camino que iba desde la entrada del recinto hasta el edificio interior.

- No creo que sea buena idea que nuestro refugio tenga la puerta rota. Igual que nosotros tendremos vía libre, también esas cosas o cualquiera que pasase por aquí la tendrá. - Dijo Marta mientras buscaba otra posible entrada.

- Podríamos romper el vidrio como dice Raúl, después deberíamos reforzar la puerta clavando algún tablón de madera o algo similar que encontremos en el interior. - Comentó mi marido, Rubén.

- ¿Un tablero de madera en una piscina? No lo creo. - Contestó Marta.

Nos quedamos pensativos, en silencio, esperando a que a alguno de nosotros le llegase la inspiración.

- Mama, pipi.- Me dijo mi hija Laura mientras tiraba de mis pantalones. Yo, sin hacerle el menor caso observaba como el chicho que aún no había dicho una palabra se acercaba a la puerta. Era un chico alto y espigado. Pelirojo y con el pelo corto, casi rapado.

Se acercó a la puerta, giró el pomo y la puerta se abrió hacia adentro haciendo rozar su parte inferior recubierta de goma con el suelo.

- ¡Estaba abierta! Vaya ganas de complicarnos la vida sin antes probar lo más simple - Iba diciendo Raúl mientras cruzaba la puerta.

Mi marido, por su parte, sonrió al chico y éste a él, mientras Marta, y yo con Laura en brazos entrábamos en el interior del edificio.

- Mama, ¡pipi! -Volvió a quejarse Laura.
-Raúl ¿Ves algo ahí delante?- Preguntó mi marido, Rubén.
- Nada. Todo parece estar en su sitio. Cuando era pequeño estaba apuntado a este club ¿sabéis? Aunque no fueron más que un par de años. Era demasiado sacrificado el mundo del deporte para un niño de once años. Venid, por aquí están los servicios, que creo que a alguien le hace falta uno.

Pasamos por recepción y un pasillo que contenía unas vitrinas con trofeos y medallas además de orlas con las fotografías de todas las personas que habían pasado por allí. Cuando pasamos junto a una de ellas Raúl nos indicó que un niño pequeño y de aspecto enfermizo era él. Había cambiado bastante la verdad.

Pasé con Laura al servicio de mujeres que además contenía un amplio cambiador para que las chicas se pusieran sus trajes de baño antes de salir a la piscina. Abrí la puerta de uno de los servicios y dejé entrar a mi hija.

Pese a tener tres años no le gusta que haya nadie delante mientras hace sus necesidades. Es muy coqueta. No sé a quién ha salido la verdad. A su madre seguro que no.

Laura cerró la puerta desde dentro. Apoyé la espalda en la pared de azulejos mientras leía en la puerta "Adela y Juan", escrito con rotulador negro y decorado con varios corazones.

La luz del Sol entraba por una ventana pequeña situada en la parte más alta de la pared. No tenia cristal, simplemente unos barrotes que impedían la entrada a cualquiera. Supuse que la ausencia de cristal favorecía a la ventilación de los servicios.

De repente, un golpe contundente sonó contra la puerta del servicio contiguo al que se encontraba mi hija. Otro golpe.

- Mama, ¿has sido tú? - Preguntó Laura mientras un sudor frío me recorría de arriba a abajo.

PostHeaderIcon Capitulo 22

El coche pasó por delante del grupo levantando una gran polvareda a su paso. No pararon, aunque es casi imposible que no nos viesen.

- Deberíamos organizarnos, buscar un lugar donde poder estar seguros e ir limpiando la ciudad poco a poco. Dudo que esas cosas puedan entrar o salir de aquí, por lo que si acabamos con las que hay aquí dentro, toda la ciudad será segura. - Dijo el chico de los vaqueros.

- Ya... y ¿cómo se supone que haremos eso? - Replicó el hombre corpulento.

- Para empezar deberíamos presentarnos y saber quiénes somos. Seguro que hay cosas que sabemos hacer que nos podrían ser útiles para sobrevivir. Yo soy Raúl y trabajo, mejor dicho trabajaba en una tienda de discos.

- ¿Y de qué nos sirve saber eso? En fin... Yo soy Ezequiel y trabajaba como camionero. Vivo en la parte suroeste de la ciudad con mi familia pero... - El hombre se sentó en una roca - Ahora toda mi familia ha muerto. Todos quedaron atrás.

El polvo empezó a asentarse de nuevo mientras la chica que había tenido la idea de pasar por debajo de la verja tomó la palabra.

- Yo soy Marta. La verdad ahora mismo no estaba haciendo nada. Estudiaba un cursillo de cosmética hasta hace unos días.

- Menuda perla... - Murmuró Ezequiel más fuerte quizás de lo que le hubiese gustado.
- ¿Algun problema? - Protestó la chica.

Ezequiel suspiró, se levantó de la piedra donde estaba sentado y dio unos pasos alejándose del grupo.

- Me llamo Rubén y trabajo como informático. Creo programas y esas cosas. - Dijo mi marido.
- Muy útil eso también. A los muertos les pintaremos los labios y les daremos un videojuego para entretenerlos - Volvió a protestar Ezequiel, esta vez en voz alta.

Ezequiel era un hombre rudo. El estereotipo del típico camionero. Era grande, corpulento tirando a gordo y apestaba a sudor, aunque supongo que todos apestábamos después de estar varios días sin darnos una ducha, pero quizás él ya llevaba tiempo antes sin lavarse incluso cuando tenía una casa y agua corriente.
No parecía tener intención de llevarse bien con nadie. Quizás simplemente no quería hacerlo ya que todas las personas con las que se llevaba bien hasta hace unos días habian desaparecido y pensaba que era mejor así. Quizás estuviese en lo cierto y era mejor no "encariñarse" con nadie más viendo como estaban las cosas.

Todos hicimos oídos sordos al comentario de Ezequiel y viendo que el chico que quedaba no se animaba a hablar, lo hice yo.

- Hola a todos. Soy Raquel y trabajaba de cocinera en el restaurante "A la leña sabe mejor", no sé si lo conoceréis. Creo que la idea de Raúl es acertada. Deberíamos buscar un sitio donde estar seguros.

- Seguros no estaremos en ningún sitio. Yo me voy a mi casa - Iba diciendo Ezequiel mientras se alejaba de todos nosotros.

Nadie hizo ademán de detenerlo y no me extrañó en absoluto. Noté que algo tiraba de mi pantalón. Era mi hija, Laura. Era un buen momento para presentarla al grupo.

- Y ésta de aquí es mi hija Laura - Dije mientras la cogía en brazos. Ella saludó con la mano y todos sonrieron por primera vez desde que escapamos del campamento.

Miré al chico que aún no había hablado para ver si ahora sí quería presentarse. Él me miró y notó como todos le miraban pero no hizo intención de hablar.

- Ya nos hemos presentado todos. ¿Cómo te llamas? - Le pregunté intentando ayudarle. Quizá estuviese en shock.

El chico me miró, pero no dijo nada. Probé de nuevo: - Ahora iremos a buscar un sitio donde poder estar a salvo, pero cuando quieras te puedes presentar.

El joven asintió con la cabeza. Almenos ya sabíamos que no era sordo y que entendía lo que escuchaba.

Mientras Ezequiel desaparecía entre las calles que estaban al otro lado de la carretera acordamos que iríamos al edificio de un club de natación. Quizá no sería el sitio perfecto, pero como suponíamos, tendríamos una fuente de agua lo suficientemente grande como para cubrir nuestras necesidades mientras encontrásemos otro sitio.

En un primer momento habíamos pensado en ir a casa de alguno de nosotros, pero el sitio era insuficiente como para acoger a cinco personas. Además no sabíamos si aún llegaría agua corriente a los domicilios. Estaba claro que las personas encargadas de hacer que todo funcionase ya no se encontraban en sus puesto de trabajo y que, tarde o temprano, volveríamos a estar en la Edad Media, almenos en lo que a tecnología se refiere.

Cruzamos la carretera por la que hacía ya un rato había pasado el todoterreno no sin antes tapar el hueco por el que habíamos entrado. No sabíamos si los muertos podían pensar, incluso no sabíamos a ciencia cierta lo que eran, pero preferíamos no dar ninguna ventaja e intentar mantenerlos al otro lado de la valla.

Si conseguíamos eliminar a todos los que se encontraban encerrados como nosotros en la ciudad, quizá podríamos sobrevivir unos meses a la espera de que alguien nos rescatase más tarde.

PostHeaderIcon Capitulo 21

- Mi mujer...
- ¿Qué le sucede? - Le pregunté.
- Está muerta.
- Lo siento.
- ¡No! No lo entiende...

No terminó la frase y siguió llorando mientras Violet se acercaba a nosotros.

- Debería mataros a todos y llevarme el coche. Deja al viejo y vámonos de una vez.
- No podemos dejarlo así. Morirá.
- Tú también morirás si le ayudas.
- Dame unos minutos, sólo eso.

- ¿Necesita comida o agua? - Le pregunté al anciano.
- No... Tengo todo lo que necesito en mi gasolinera. Pero esos golpes... Esos golpes me están matando. ¿Lo entiende? ¿No lo oye? Esos golpes... Es ella... - Iba diciendo mientras volvía hacia la gasolinera.

- ¡Espere! Fui tras él, no antes sin mirar atrás y ver como Violet hacía un gesto de desaprobación.

Dentro de la gasolinera todo estaba oscuro. Pese a estar en pleno día, al no haber suministro eléctico la escena cogía un aspecto tétrico.
Empecé a oír unos golpes que provenían del interior del establecimiento.

- ¿¡Qué quieres de mí?! - Gritó el hombre, cayendo de rodillas al suelo nuevamente.
- ¿Qué pasa? ¿Qué son los golpes?
- Es ella... Quiere venir por mí. Llevo... Llevo tres días aquí y no ha cesado ni un instante.
- ¿Pero quién es?
- No puedo más, lo siento...

El hombre se levantó y se dirigió hacia la puerta de los servicios, la cual se encontraba bloqueada por una estantería llena de patatas fritas y demás tentempiés.
Sacando fuerzas de flaqueza empujó el estante y lo apartó de la puerta.

Los golpes iban en aumento mientras yo contemplaba la escena con perplejidad. Aún sin estar retirada por completo la estantería, lo que fuese que había en el baño dio un fuerte golpe a la puerta y la abrió, volcando la estantería con todo su contenido y arrastrando al anciando hacia el suelo.

Parecía una mujer. Y digo parecía porque era arriesgado afirmar que eso hubiese sido humano alguna vez. No era más que una masa sanguinolenta cubierta por harapos hechos jirones. Me miraba. La tenía a escasos tres metros y me miraba tan fijamente como yo a ella. Empecé a sudar y tenía la sensación de poder oír mi corazón latiendo dentro de mi pecho.

Dio un pequeño paso y los rayos de luz que entraban por una pequeña ventana dejaron al descubierto un rostro desfigurado e irreconocible.

- Marta... ¿Qué te has hecho? - Dijo el anciando desde el suelo, aún con parte de la estantería sobre sus piernas.

La mujer dejó de mirarme y se avalanzó sobre el anciano como lo haría una gata sobre un ratón indefenso.

Salí corriendo e hice gestos a mis dos compañeras para que subiesen al coche. Cerré el depósito con toda la rapidez que pude y me subí en el asiento del conductor. Antes de que le diese al contacto, Marta, o lo que quedaba de ella, ya salía a la carrera a por nosotros. Se estrelló contra el morro del coche cayendo de bruces contra el capó y mostrándonos un horrible agujero en la parte superior de su cráneo.

Di marcha atrás y el cuerpo cayó al suelo. Aceleré todo lo que pude y fui viendo por el retrovisor como aquella silueta se hacía cada vez más pequeña conforme nos alejábamos de allí.

PostHeaderIcon Capitulo 20

La zona por la que estábamos pasando parecía bastante tranquila. Hacía por lo menos diez minutos que no veíamos a nadie.

- Creo que ha sido buena idea decidir dormir en el coche - dije para intentar romper uno de esos largos silencios que me estaban empezando a agobiar.

- Sin duda es mejor idea que meterse en cualquier sitio y que haya la posibilidad de quedar atrapados. Ya lo comprobamos en el almacén de camisetas - Contestó Violet.

La verdad es que la idea de vivir en el coche no era mala. No hacía falta tener todo el día el coche en marcha. Simplemente había que permanecer en él y cuando las cosas empezaban a ponerse feas arrancar e ir a otra parte.

- El coche empieza a tener hambre - dije.
- ¿Qué? - Preguntó Violet extrañada. Sin duda no había entendido mi broma.
- Que nos estamos quedando sin combustible. Deberíamos ir a repostar en cuanto tengamos oportunidad. No creo que quede mucha más gente en la ciudad por lo que los suministros de combustible son casi infinitos para nosotros.
- Tú eres de aquí. Si sabes de alguna.. como se dice... gas station.
- ¿Gasolinera? - Dijo Vanesa.
- Exacto. Si conoces alguna gasolinera cercana sería buena idea repostar ahora que parece estar todo en calma. Prefiero que vayamos siempre con el depósito lo más lleno posible. Ya seguiremos buscando una salida después.

Puse rumbo a una pequeña gasolinera que estaba por la zona. Sólo habría que separarse un par de calles hacia el interior de la ciudad.

Se notaba que toda ésta zona había podido ser evacuada. No había destrozos en el mobiliario urbano, no había signos de violencia y, por supuesto, no había cadáveres deseando devorarte.

Llegamos a la gasolinera y paré el coche en el primer surtidor. No había más coches. Bajé del todoterreno de un salto. ¿Qué tipo de combustible debía usar éste bicho? Era bastante nuevo por lo que, a riesgo de equivocarme y quedarnos sin coche, cogí la manguera del diesel.
Al lado de la manguera había un cartelito que decía:

Surtidor en prepago: por favor, pase por caja antes de repostar


Ahora ya no tenía mucho sentido. Saqué la manguera y la introduje en el depósito. El combustible empezó a ser bombeado pese a que el surtidor no marcaba ni los litros que llevaba ni el coste del repostaje. Era como si no funcionase pero, por suerte, sí bombeaba combustible.

Mientras el depósito iba llenándose, las puertas de la gasolinera se abrieron mostrando en su interior la oscuridad. Una oscuridad de la que emergió un hombre mayor, que rondaría los setenta años por su apariencia.

Violet salió del coche. - Cuidado -. Me dijo poniéndose a mi lado.

El hombre se acercaba hacia nosotros con pasos vacilantes y la cabeza gacha. Conforme se acercaba era más evidente que llevaba varios días sin cambiarse de ropa ni asearse.
Cuando estuvo a mitad de camino, cayó de rodillas. Hice un gesto de ir a ayudarlo, pero Violet me frenó.

Se incorporó como pudo y siguió hacia adelante. A todo ésto Vanesa había bajado también del coche, pero no había dado ni un paso.

- A... Ayuda... - Dijo el hombre mientras aún avanzaba hacia nosotros.
- Deberíamos irnos. Necesite lo que necesite no podemos hacer nada por él y además estamos perdiendo un tiempo muy valioso que podríamos invertir en... ¿Qué haces?

Me acerqué al hombre sin atender a lo que Violet me estaba diciendo.
Cuando llegué donde se encontraba el hombre, éste se apoyo en mí, pero volvió a caer al suelo de rodillas. Me agaché junto a él y pude ver que tenía multiples hematomas y heridas tanto en el rostro como por el resto del cuerpo.

- Ayúdenos por favor -. Me dijo entre lágrimas mientras me agarraba los brazos con sus manos.

PostHeaderIcon Capitulo 19

Mientras nos alejábamos aún podíamos ver a más y más muertos que se dirigían hacia el almacén donde nos encontrábamos horas antes. Si hubiésemos tardado un instante más en tomar la decisión de salir de allí es posible que hubiese sido demasiado tarde.

Por suerte el todoterreno que heredamos de Ramón ha resistido bien la sacudida contra los cuerpos que se agolpaban tras la valla y gracias a su potencia fue capaz de empujarlos y apartarlos para que pudiésemos salir de allí. Sin duda un coche menos se habría quedado atrapado entre las toneladas de carne y ahora estaríamos muertos o como quiera que esté esa gente.

La luz del sol ya baña toda la ciudad de nuevo como si nada hubiese sucedido. Pasamos la noche en el coche. Nos apartamos todo lo que pudimos de las calles más céntricas y cuando creímos que ya nadie nos seguía paramos el coche para descansar. Nos fuimos turnando cada dos horas para hacer guardia por si alguien se acercaba y en dos ocasines tuvimos que movernos porque se acercaba algún que otro muerto para invitarnos al infierno.

Ahora conduzco por la periferia de la ciudad, resiguiendo paralelamente la valla ya que meterse en el corazón de la ciudad es un suicidio. Hemos decidido bordearla por completo. Tenemos la esperanza de encontrar una salida.

- ¿Por qué no tiramos la valla con el coche como lo hicimos con la del almacén? - preguntó Vanesa rompiendo un silencio que ya hacía demasiado tiempo que duraba.

La pregunta era bastante estúpida. No era comparable una valla vieja y oxidada con la que habían colocado los militares para sitiarnos y tratar de contener a los muertos. Quizás romperíamos la valla, sólo quizás, pero lo más probable es que el coche quedase afectado y tuviésemos que seguir a pie. No era una gran idea.

Violet resopló como respuesta.

- ¿Se te ocurre algo mejor? - Le preguntó Vanesa.
- Se me ocurre no hacer preguntas estúpidas. - Contestó Violet sin mirarla.

Antes de que Vanesa tuviese tiempo a contestar grité: -¡Mirad! ¡Hay gente ahí delante! ¡Al lado de la valla!

Era un grupo de entre cinco y diez personas. En su mayoría hombres, alguna mujer y una niña o un niño, no llegué a distinguirlo.

- No te pares. No parecen tener nada que necesitemos. - Dijo Violet frenando mi intención de parar.
- Pero.. Quizás nos puedan ayudar. O nosotros a ellos.
- Si te paras me llevo el coche y te dejo con ellos para que te ayuden. Tu eliges.

No paré. Tampoco ellos hicieron gestos indicando que así lo quisieran.

- Quizás nos hubiesen sido útiles - Refunfuñé.
- Quizás nos hubieran robado el coche - Sentenció Violet.

Tenía razón. De ahora en adelante cualquier persona viva que encontrásemos seguramente intentaría arrebatarnos lo poco que tenemos para así sobrevivir. Incluso quizás nosotros tengamos que hacerlo.

PostHeaderIcon Capitulo 18

Ya podíamos ver como los edificios se erguían en el horizonte. Llegamos a la ciudad por el norte de ésta, por donde habíamos salido unos días atrás. Nuestro hogar no quedaba muy lejos, apenas a unas manzanas de distancia.

- Ya hemos llegado... ¿Alguna idea de como entrar? - Preguntó uno del grupo.
- Quizás... - Murmuró la chica que horas antes iba llorando.
Se apartó de nosotros. Sus pasos decididos indicaban que buscaba algo, no había duda, pero ¿el qué?

Sus pasos se convirtieron en zancadas y echó a correr resiguiendo la valla. Cuando estuvo a unos cincuenta metros del grupo, se agachó y nos hizo señas de que nos acercásemos.

Se encontraba frente a la valla y sonreía.

- ¿Qué te hace tanta gracia?- Le dijo un chico joven que vestía unos tejanos y una camiseta roja.
- ¿No lo veis? Estamos en medio del descampado.
- ¿Y qué? - Insistió el joven para ver si la chica explicaba de una vez que era lo que los demás no veíamos.

Pegó un par de puntapiés al suelo levantando trozos de tierra.

- La tierra está blanda. Podemos cavar y pasar por debajo de la valla.

Un murmullo recorrió al grupo y pronto todos nos encontrábamos cavando con nuestras propias uñas o los que tuvieron más suerte con alguna roca que encontraron en el descampado.

A ratos miraba al otro lado de la valla, pero no había nadie. La imagen transmitía una tranquilidad que ponía el vello de punta. Una racha de viento trajo la hoja de un periódico hasta la valla haciendo que me sobresaltase y que los demás me miraran. El periódico tenía como fecha 21 de Marzo, quizás fuese el último periódico que se repartiría nunca más en nuestra ciudad.

Cuando el agujero fue lo suficientemente grande como para que una persona adulta cupiese por él, nos fuimos arrastrando para pasar al otro lado de la valla. Uno a uno, todos entramos en lo que aquél chico horas antes había llamado "el Chernobyl del s.XXI" y ésto me hizo pensar que éramos como esa gente que volvió a Pripiat después del desastre nuclear. Esa gente que, pese a saber que volviendo atrás les esperaba una muerte casi segura, decidieron volver a sus hogares para acabar sus vidas donde habían nacido.

El ruido del motor de un coche, seguramente de gran tamaño, me sacó de mis pensamientos y todos contuvimos la respiración. Había alguien más en la ciudad.

PostHeaderIcon Capitulo 17

Llevábamos andando varias horas y apenas ninguno de los 9 que íbamos hacia la ciudad había dicho nada. Una chica joven, de unos veintitantos años de edad iba llorando mientras andaba. Seguramente había perdido a algún conocido durante la masacre o quizás simplemente lloraba de impotencia al ver que su vida jamás volvería a ser la misma.

Un par de chicos se pararon y pidieron la atención de los demás.

- ¡Perdonad! ¡Un momento!

Todos nos giramos para verles.

- ¡Escuchad! ¿Qué pensáis hacer cuando lleguéis a la ciudad? Ya vistéis que está rodeada, que sellaron el alcantarillado, el metro... No había forma de entrar o salir de allí después de que lo cerrasen.

- Encontraremos la forma. Es muy difícil que lo hayan sellado todo en tan pocos días. - dijo mi marido.

- Haced lo que queráis, pero os volverán a coger y os volverán a llevar a otro antro como en el que estábamos.

- ¿Qué pensáis hacer vosotros? - pregunté.

- Nos desviaremos siguiendo esa carretera secundaria y llegaremos a un pequeño pueblo donde conocemos gente - dijo el chico mientras señalaba la carretera que pensaban seguir.

- ¿Qué os hace pensar que no habrá infectados ya allí?

- Es un pueblo pequeño y sólo se puede llegar por ésta carretera secundaria. Esperamos que aún nada de ésta mierda haya llegado allí. Además, preferimos ir a un sitio donde no sabemos si hay infectados que meternos en el epicentro de la infección.

- ¿Abandonaréis vuestros hogares? - Preguntó un hombre que estaba a mi derecha.

- ¿Hogares? Lo que fuese en el pasado ya no importa. Ahora esa ciudad no es más que una ciudad fantasma. No es más que el Chernobyl del siglo XXI. Buscaremos suerte en otra parte.

Nadie más dijo nada, seguramente porque había mucho de cierto en sus palabras. Se despidieron con un -Nos vemos, suerte- y se giraron para seguir su camino.

Nosotros por nuestra parte seguimos caminando hacia nuestra ciudad. En pocas horas llegaríamos.

PostHeaderIcon Capiulo 16

Los soldados rodearon la enfermería mientras nosotros permanecíamos todos juntos en el comedor. La lona lo cubría sólo parcialmente y eso nos permitía ver la enfermería.

Con un golpe seco parte del material prefabricado del que estaba hecha la enfermería salió por los aires. Por el agujero empezó a salir gente, la mayoría personal sanitario, pero también los heridos que se encontraban allí recuperándose.

Uno de los soldados con un megáfono ordenó que se detuvieran y se tirasen al suelo, pero al ver que era inútil cualquier tipo de diálogo hizo un gesto con la mano y las balas llovieron sobre los cuerpos. Cientos de balas acribillaron tanto los cuerpos como la enfermería. El petardeo ensordecedor de las balas duro casi un minuto, pero me pareció eterno. Cada cuerpo tenía 20, 40 o 100 agujeros de bala pero aún así seguía avanzando.

Algunos caían pero volvían a ponerse en pie. Otros se arrastraban al tener las piernas rotas y otros simplemente se movían sin poder desplazarse al tener todo su cuerpo mutilado.

Los soldados se miraban entre ellos. No sabían qué hacer. Poco a poco los infectados se fueron acercando y ellos iban retrocediendo lo que hizo que toda la gente saliese corriendo en todas direcciones y el refugio se convirtiese en un caos. La gente se dirigió a la puerta para poder salir pero un escuadrón de soldados situados delante de ella les ordenó que no se acercasen. Un chico rubio, de unos veinte años de edad se abalanzó sobre los soldados y éstos abrieron fuego sobre él, lo que no hizo más que aumentar la histeria del momento.

Estábamos atrapados. O caíamos en las garras de los infectados o nos disparaban. Optamos por que nos disparasen. Una marea de gente se abalanzó sobre los soldados que estaban delante de la puerta y éstos no pudieron hacer otra cosa más que disparar a todo lo que se les venía encima. Mataron a docenas, quizás algunos cientos, pero todos los demás pudimos escapar gracias a ellos. Pasamos por encima de los soldados y tiramos abajo la valla que nos separaba del exterior.

Entre nosotros habían infectados que iban cazando todo lo que podían. Eran como ballenas atacando un banco de peces. La gente se dispersó en todas direcciones. Corríamos mientras ellos hacían lo mismo detrás de nosotros. Nadie se paraba a no ser que un pariente cercano fuese atacado, en cuyo caso caían ambos. A veces ni eso. Pude ver a maridos abandonando a sus mujeres mientras eran devoradas. Hijos abandonando a sus padres ya ancianos porque no podían correr, o padres abandonando a sus hijos a su suerte cobardemente.

Nosotros tres nos mantuvimos unidos y corrimos por aquél semidesierto. Junto a nosotros venían varias personas más. La mayoría jóvenes. Durante la huída se produjo un proceso de selección natural al que no estamos acostumbrados los humanos. En la sociedad actual se intenta que todas las personas tengan las mismas oportunidades y derechos. Se intenta que gente con alguna discapacidad, ya sea mental o física pueda hacer lo mismo que una persona sana. Es un proceso que parece lógico y moral pese a ser del todo antinatural.

Sobrevivimos los más fuertes, los más rápidos, los más resistentes. Todo aquél con una minusvalía, con sobrepeso, con asma, en baja forma o simplemente entrado en años, cayó aquél día.

Nos encontrábamos a las afueras de la ciudad. Mejor dicho entre dos ciudades. Lo suficientemente lejos de ambas como para no poder llegar a pie a ninguna de ellas en menos de 8 horas.

Optamos por apartarnos de la carretera principal pero la seguíamos paralelamente para poder volver a nuestra ciudad. No tenía sentido ir a otro sitio. No tenía sentido huir hacia ninguna parte puesto que ya nada era seguro. Regresaríamos y lucharíamos por nuestros hogares.

PostHeaderIcon Capitulo 15

Todavía estábamos viendo por televisión lo que estaba pasando en nuestra propia ciudad, apenas a unas manzanas de distancia y no podíamos creerlo. Aún no había amanecido cuando golpearon la puerta varias veces. Pude escuchar como también golpeaban las puertas de los vecinos. Un hombre gritaba en el rellano que debíamos salir para ser evacuados.

Abrí la puerta y dos hombres entraron, preguntaron si había más gente en el piso aparte de nosotros cuatro y al sentir nuestra negativa nos condujeron escaleras abajo a toda velocidad.

Laura lloraba mientras mi marido trataba de tranquilizarla mientras la llevaba en brazos escaleras abajo.

No nos dejaron coger nada. Todos nos fuimos con lo que llevábamos encima. Nos subieron en camiones en los que íbamos apilados como ganado. No nos dijeron cuándo podríamos volver, ni siquiera si podríamos volver.

Dejamos nuestros hogares atrás y nos llevaron a un gran recinto vallado. En él había tiendas improvisadas donde nos metieron. Al principio una por familia. Después, cuando llegaron más refugiados las tiendas, de no más de seis metros cuadrados, eran compartidas por dos o incluso tres familias.

Además de las tiendas que actúan de dormitorios improvisados el recinto cuenta con un comedor común en el que sirven comida para todos dos veces al día. Comida y cena.

Unas letrinas como las que hay en las obras y una rudimentaria enfermería completaban la escena.

La gente tenía miedo. A algunos los arrestaron y no volvieron. Otros nos mantuvimos en silencio intentando no llamar la atención y todo nos fue más o menos bien, por lo menos los primeros días.

Compartíamos tienda con una pareja de ancianos. Éramos cinco. Mi marido, mi hija, el matrimonio de ancianos y yo. Eran buena gente y no tuvimos demasiados problemas. Tratamos de cederles las camas –si es que merecen ser llamadas así- más cómodas y ellos nos lo agradecieron.

A los tres días comenzaron los problemas. Teóricamente estábamos fuera de la zona de peligro. Una zona amplia de la ciudad que los militares ya habían vallado concienzudamente. Habían sellado las alcantarillas, las bocas de metro y cualquier otra vía de escape que pudiese propiciar que la infección se propagase.

Lo que no habían tenido en cuenta es qué pasaría si la infección se desataba aquí dentro. Y eso fue lo que pasó hace menos de 24 horas. Ayer llegó un nuevo cargamento de gente. Entre ellos una muchacha muy malherida que fue trasladada al instante a la enfermería. A las pocas horas la enfermería fue sellada y declarada en cuarentena.

Se escucharon golpes y gritos durante horas. Gritos de auxilio que los militares intentaron que no escuchásemos llevándonos al comedor. Aún así los gritos se colaban por la lona que hacía de pared aunque nadie quiso decir que los oía. A las pocas horas ya no había gritos. Simplemente golpes. Golpes en las puertas que pronto fueron atrancadas con tablones o cualquier cosa que tuviese consistencia.

Dudo que lo que haya ahí dentro tarde mucho en salir. La enfermería no es más que una chabola de material prefabricado.

PostHeaderIcon capitulo 14

El día empezaba a llegar a su fin y si queríamos pasar una noche medianamente tranquila deberíamos acondicionar el lugar aunque sea mínimamente para que fuese seguro.

Atrancamos la puerta de la verja poniendo tras ella un escritorio que había en la “oficina”. La madera estaba podrida pero aún así ofrecería una buena resistencia tras la puerta ya que su peso seguía siendo considerable. El resto de la alambrada esperábamos que aguantase, al menos esa noche.

Antes de encerrarnos pasamos el coche dentro del recinto y lo cubrimos con una lona vieja que cubría un montón de cajas llenas de camisetas. Si alguien pasaba por la zona lo que menos nos interesaba es que supiese que estábamos allí y un todoterreno en perfectas condiciones podría llamar la atención de cualquiera además de ser nuestro único medio de transporte.

Dentro procedimos de manera similar. Taponamos la puerta con cajas llenas de camisetas. No era lo ideal, ni siquiera sería suficiente si una persona intentaba entrar, pero sin duda la retrasaría lo suficiente como para darnos tiempo a reaccionar, o eso esperábamos.

Por supuesto no había electricidad, por lo que los fluorescentes y demás luminaria que había repartida por el almacén de poco nos serviría una vez entrada la noche.
Violet seguía sin fiarse demasiado de nosotros así que optó por encerrarse en la oficina para pasar la noche. Vanesa y yo cogimos un par de cajas con camisetas y las esparcimos por el suelo para poder dormir sobre algo que no fuese el frío suelo.

Quizás fuese por la irrupción de Violet, pero desde que supimos que yo estaba infectado Vanesa se distanció de mi, pero no la culpo, no puedo decir que yo no lo hubiese hecho. Mi cuerpo es como una bomba de relojería que un día u otro explotará. Quien sabe si ésta misma noche no tengo un paro cardíaco y me levanto convertido en un monstruo.

Quizás debiese apartarme de ellas, no me gustaría hacerles daño llegado el momento, pero me da miedo quedarme sólo y más tal y como está la ciudad ahora.

Un ruido me sacó de esos pensamientos. Era la verja de fuera, no había duda. Un golpe seco había hecho vibrar el alambre y ahora se mecía rítmicamente. Antes de que le dijese nada a Vanesa, Violet ya salía de la oficina con el arma en la mano. Miró por una de las ventanas rotas y nos hizo una señal para que mirásemos nosotros.
Alguien estaba pegado a la valla. Ya estaba oscuro y costaba distinguir si era un hombre o una mujer, pero alguien o algo estaba ahí delante tocando la verja.

No íbamos a salir a ver qué quería o quién era así que nos mantuvimos en silencio observándole durante unos minutos. Parecía que quería entrar, pero tampoco ponía mucho empeño en ello.

Tras estar unos minutos observándole, Vanesa estornudó y entonces arremetió violentamente contra la valla. Ese estornudo fue como la detonación de una bomba. Pareció haber activado a quien fuese que era quien golpeaba la verja. Lo hacía una y otra vez, creando un ruido ensordecedor.

Pronto nos dimos cuenta de que o le parábamos o atraería a todo ser vivo – o muerto – situado a kilómetros a la redonda. Los primeros no tardaron en llegar. Posiblemente eran los que nosotros mismos habíamos atraído y dejado un poco atrás con el coche ese mismo día. Ahora golpeaban con furia la verja y cada vez era más evidente que teníamos que salir de allí. Si llegaban a entrar en el recinto estaríamos perdidos. Las pocas provisiones que teníamos estaban en el coche pero apenas durarían un par de días y, aunque así fuese, lograrían entrar por la fuerza tarde o temprano.

Pregunté a Violet por qué no trataba de dispararles pero ella me hizo un gesto negativo con la cabeza. Realmente serviría de poco dispararles, eran demasiados.
Apartamos las cajas de camisetas de la puerta y salimos al recinto. Al salir se nos cayó el mundo encima. Era mucho peor de lo que podíamos preveer. Mucho peor de lo que habíamos podido ver desde la ventana. El recinto estaba casi completamente rodeado por cuerpos que zarandeaban la oxidada verja a su antojo. Entre los atacantes, ahora que estaba más cerca, podía ver niños. Niños de pocos años de edad con heridas que harían escalofriarse al más curtido de los enfermeros que atendían las urgencias intentaban cogernos metiendo sus pequeños bracitos por la alambrada.

Por suerte no se habían dado cuenta de que la alambrada disponía de puerta y ésta no era atacada más que cualquier otro punto de la verja. No parecían ser muy inteligentes.
Los cuerpos seguían llegando, ya debían ser cientos los que se habían acercado corriendo hacia el almacén y apoyando todo su peso contra la valla hacían que ésta se inclinase ligeramente hacia adentro. Caería. Sin duda caería en poco tiempo.

- ¡Al coche! ¡Subid al coche! – Nos gritó Violet.

Los gritos no hicieron más que avivar a la muchedumbre que empujaba ahora con más ahínco si eso era posible.
Subimos al coche tras retirar la lona que lo cubría y yo lo hice en el asiento del conductor, como lo había hecho durante todo el día.

- Agachaos y pisa a fondo. Es nuestra única posibilidad de salir de aquí con vida.

PostHeaderIcon capitulo 13

Aún seguía pensando en que estaba infectado y que, irremediablemente, tarde o temprano acabaría muriendo y convirtiéndome en una cosa de esas.

Ahora que sabíamos que la ciudad o por lo menos gran parte de ella había sido sitiada no teníamos más remedio que buscar un lugar que fuese más o menos seguro donde poder pasar los próximos días antes de intentar escapar. Al no ser una ciudad costera las posibilidades disminuían considerablemente pero quizás quedase algún punto sin vallar o pudiésemos escapar por alguna carretera secundaria.

Conduje intentando apartarme de los barrios más poblados pero aún así bastantes infectados salían a nuestro encuentro pese a que no lograban alcanzar al vehículo. Finalmente llegamos a un descampado donde había lo que parecía ser un almacén o una fábrica. Fuese lo que fuese daba la impresión que hacía años que nadie entraba ahí. No era gran cosa, pero de momento nos serviría para mantenernos un par de días a salvo y ver cómo evolucionaba todo. Yo todavía seguía con la esperanza de que en pocos días apareciese el ejército o algún tipo de equipo de rescate y nos sacase de allí pero prefería no comentarlo porque ya sabía la opinión de Violet al respecto.

La verdad es que quizás no estuvo mal toparse con ella, o mejor dicho, que nos encontrase. Ahora disponemos de un arma y de una persona que sabe bastante más que nosotros sobre lo que está sucediendo. Si nos hubiese querido matar lo hubiese hecho en cuanto nos vio, por mucho que dijese que no quería malgastar munición.

El edificio estaba rodeado de una verja que por algunos puntos se había oxidado. Paré el coche justo delante de la puerta y nos bajamos. Estaba abierta. Eso sólo podía significar dos cosas: o no había nada de valor como para molestarse en cerrar la puerta, o alguien había tenido la misma idea que nosotros.

Entramos dentro del recinto. El terreno estaba vacío casi por completo. Sólo pudimos ver un par de toros de esos que se usan para mover palees con mercancías. Por desgracia no estaban las llaves en el contacto. Llegamos hasta la puerta del edificio que tan de cerca ofrecía un aspecto más lamentable del que ya ofrecía desde lejos. Muchas de las ventanas estaban rotas y los cristales yacían esparcidos por todas partes. Intenté girar el pomo de la muerta mientras Violet apuntaba con su arma por lo que pudiese salir de allí pero el pomo no giró. Estaba cerrada.

Violet se abalanzó sobre la puerta y le pegó una patada, tirándola abajo.

- Si la madera está podrida es fácil sacar las bisagras de la puerta con un golpe – Dijo mientras se internaba en el edificio.

Vanesa y yo entramos detrás. Una vez dentro ya no tuve dudas de lo que era, se trataba de un almacén. Había palees con cajas de cartón por todas partes, pero la mayoría estaban vacías. Las que no lo estaban contenían camisetas, todas ellas blancas, o blancas debieron ser en su día, ahora tenían una tonalidad beis.

El techo, formado por placas metálicas de amianto dejaba ver trozos de cielo y filtraba los rayos del sol que hacían que la nave industrial tuviese una tonalidad anaranjada.

Encontramos una pequeña estancia que supusimos que se trataría de una oficina o un sitio donde guardar el inventario del almacén y otro tipo de papeleo. Encontramos algunos papeles casi ilegibles por el estado en el que se encontraban.

- Bueno… No será el sitio ideal, pero haciéndole unos retoques será un buen sitio para pasar la noche – Dijo Violet mientras aún ojeaba algunos papeles sucios.

PostHeaderIcon capitulo 12

- Hay que intentar ir hacia el punto de la ciudad más alejado del epicentro de la epidemia. Lo más lejos posible del parking donde nos encontramos – Dijo Violet.

Hacía ya unos minutos que habíamos abandonado la redacción llevándonos con nosotros la caja con la que Ramón había entrado unos días antes por la puerta.

Los cuerpos salían de cualquier rincón al escuchar o ver el coche, pero no lo alcanzaban y los que lo conseguían salían despedidos por las embestidas del todoterreno o terminaban bajo sus ruedas.

Vanesa iba curioseando la caja. Leyendo el librillo que venía dentro como si fuese a encontrar un capítulo que dijese “Qué hacer si tu amigo muere, revive y quiere matarte”.

Me sentía como si estuviésemos en un safari, nos hubiésemos acercado demasiado con el jeep a los animales salvajes y éstos intentasen devorarnos. Juraría incluso que reconocí algunos rostros, pero preferí no pensar demasiado en ello. Por suerte no había tráfico y durante todo el trayecto sólo encontramos un par de coches que impedían el paso por carretera y tuve que subir el todoterreno a la acera para poder continuar adelante.

Cuanto más nos alejábamos del piso de Ramón menos infectados se veían por la calle, pero no por ello se respiraba aire de normalidad. No había nadie por las calles y la ciudad estaba en un completo silencio.

Al fin llegamos a una calle que estaba cortada por una alambrada de unos cuatro metros de altura que en su parte superior estaba recubierta por alambre de espinos. Atravesaba toda la calle y era imposible pasar. De ella colgaba una lona gigante a modo de cartel que con letras mayúsculas decía “VOLVED A VUESTRAS CASAS, VOLVEREMOS A POR VOSOTROS”.

Bajé del coche y corrí hacia la calle contigua, donde me encontré con otra alambrada y una réplica del cartel.

- Toda la ciudad está rodeada – Escuché decir a Violet que me había seguido. – He llegado tarde, de nuevo. Aún así aquí no parece haber gente. Quizás fue evacuada. Sería lo más lógico.

- Deberíamos esperar a que volviesen a por nosotros. Simplemente tenemos que escondernos hasta entonces – Dije más para mí mismo que para que ella me escuchase.

Antes de que ella pudiese recordarme de nuevo que nadie volvería a por nosotros, escuchamos chillar a Vanesa, que se había quedado en el coche.

Corrimos hacia allí y nos encontramos a un hombre obeso que se encontraba golpeando el todoterreno, tratando de alcanzar a Vanesa que estaba en su interior.

Al vernos llegar corrió hacia nosotros; más concretamente, hacia Violet. Ella pareció quedarse en shock mientras la inmensa mole corría hacia ella.

- ¡Dispara! ¡Vamos dispara! – Le grité, intentando que reaccionase.

Cuando el hombre estaba a escasos metros levantó el arma y le descerrajó tres tiros en la cabeza que acabó reventada por varios puntos. El hombre cayó hacia atrás, de espalda.

- Pensaba que te mataba ¿qué hacías?

- Acabo de desperdiciar tres balas.

- ¿Pero qué dices? Te iba a matar. Y ahora hay uno menos rondando por ahí – le dije mientras movía el cuerpo del infectado levemente con el pie.

- Yo que tú me apartaría de ahí. No tardará en levantarse.

Dicho y hecho, el hombre, que ya no tenía rostro, simplemente tres grandes boquetes en plena cara, se levantó y empezó a vagar por la calle, como aturdido.

- No nos ataca - dijo Vanesa saliendo del coche.

- Parece lógico, ¿no? No tiene ojos. Sin embargo mira, ¡Eh tú, idiota, aquí! – gritó Violet.

El muerto se giró y comenzó a avanzar lentamente hacia a ella, tropezando con todo lo que había en su camino.

- Parece que aún puede escucharte.

- Sí, pero mira – dijo Violet mientras recogía una piedra de unos dos quilos del suelo.

Golpeó con la piedra repetidas veces la cabeza del hombre hasta que ésta no fue más que un trozo de carne sanguinolento. Volvió a gritar y ésta vez el hombre no reaccionó. Aún así, seguía avanzando, ahora de forma errática, sin una dirección fija.

- Ese idiota aún nos está buscando, y no os dejéis engañar. Si por alguna casualidad os llegase a coger, os destrozaría antes de que pudieseis reaccionar. Ya os he dicho que no pueden morir. No os confiéis.

PostHeaderIcon capitulo 11

La noticia me cayó como un jarro de agua fría. Cuando ya ni me acordaba de la herida, cuando ya pensaba estar a salvo de la infección, por lo menos momentáneamente, me entero que acabaré convertido en una de esas bestias.

- Hasta donde sé, si mueres acabarás convertido en uno de ellos. Lo único que tienes que hacer es no morir. – Dijo Violet.

- Cómo si eso fuese tan sencillo en estos momentos… ¿No hay una cura? ¿Un antídoto? ¿Algo que invierta el proceso?

- Las informaciones son confusas, pero por ahora no parece posible. Verás… Por lo que sabemos, o sabíamos hasta hace un par de días, cuando te inyectas eso te vuelves inmortal hasta cierto punto. Tu cuerpo sigue necesitando respirar, comer, dormir… De lo único de lo que no podrá morir será de envejecimiento, ya que a tus células de alguna forma no se les da esa oportunidad.

- ¿Cómo sabes tanto de algo que aún no había salido al mercado? ¿Para quién trabajas? – Le preguntó Vanesa, acercándose a ella.

- No es de tu incumbencia y ahora ya da igual. He fracasado. No he podido evitar todo esto y por ello no puedo volver. Bueno, aunque quisiese dudo que pudiera.

- ¿Qué quieres decir?

- Que si vuestro gobierno sabía aunque fuese la mitad que el nuestro sabrá qué es éternité y pondrán los medios necesarios para que no se expanda.

- Eso es una buena noticia ¿no? – Pregunté esperando un sí rotundo aunque sabía que no sería así.

- Bueno para los que se encuentren fuera; fuera de la ratonera donde nos deben haber encerrado. Hay que salir de aquí ya si queremos tener alguna oportunidad.

- ¿Estás diciendo que el gobierno nos abandonará? Es imposible. La presión mediática sería…

Antes de que pudiese acabar la frase Violet golpeó la mesa con el puño cerrado y continuó su discurso: - No sabéis nada. Ni tenéis idea de nada. No durarán en abandonar toda la ciudad a su suerte si fuese necesario. ¿Crees que tendrán problemas para crear una tapadera? Para nada. La comunidad internacional sabe lo que se cuece, por lo menos lo deben estar empezando a saber y si saben que la tapadera es para contener la infección y que no se convierta en pandemia mundial mirarán hacia otro lado mientras la gente se pudre aquí dentro.

- Y antes de abandonar la ciudad a su suerte ¿No entraría el ejército y acabaría con los infectados?

- No se puede. No pueden morir. Esto no es un puto videojuego. Aquí el enemigo no tiene un punto débil donde golpearle para vencerlo. Simplemente, no pueden morir.

- Antes me has dicho que yo puedo morir si no como, si no duermo…

- ¡No te has enterado de nada! Parece mentira que hayas sobrevivido dos días con esas cosas por ahí. Ya están muertas. Esas personas ya están jodidamente muertas. ¿No has visto las heridas? ¿Personas reptando por el asfalto sin piernas y medio abdomen devorado? Eso es lo que nadie entiende. Lo que nadie había pensado. Todo era perfecto imaginando al ser humano inmortal, que podría perpetrarse sobre la faz de la Tierra, convirtiéndose en un semidios. Pero no tuvieron en cuenta qué pasaría cuando ese semidios muriese porque era una variable que no estaba en la ecuación.

- Es que en realidad no están muertos – Replicó Vanesa.

- Exacto. De alguna manera sus cuerpos han conseguido esquivar a la muerte pero por alguna razón que no llego a comprender cuando parecen fallecer se vuelven hostiles, intentan acabar con los que estamos realmente vivos y si por si eso fuese poco, no necesitan alimento, oxígeno ni parecen sentir ningún tipo de dolor o miedo.

Y ahora pongámonos en camino e intentemos salir de la ciudad antes de tener toda la eternidad para debatir sobre el porqué de toda esta mierda.

PostHeaderIcon capitulo 10

Era la voz de una mujer con un marcado acento inglés.

- No te lo repetiré, dame esas llaves.

Me giré y pude ver el cañón de una pistola apuntándome a la cara.

- Espera… Podemos ir todos. Cabemos los tres en el todoterreno.

Dio una calada al cigarro que llevaba y tras retirárselo de la boca, siempre sin dejar de apuntarme, dijo: - Yo no voy con nadie. Por última vez, dame las llaves.

- No dispararás. Si quisieras matarnos ya lo habrías hecho. No te daré las llaves.

En realidad estaba muerto de miedo, pero no podía ceder las llaves. Eran nuestra única salida del edificio.

- Mira, si aún no os he matado es porque no quiero malgastar balas que más tarde pueda necesitar.

Apuntó ahora a Vanesa que se sobresaltó y volvió a pedirme las llaves. Se las lancé y las cogió al vuelo, mientras sujetaba el pitillo con la boca.

- Subid al coche. Nos vamos – Nos dijo.

Vanesa y yo nos miramos, sin saber qué hacer.

- ¿Estáis sordos? ¿No queríais venir? Subid al coche.

- ¿Por qué ahora quieres que te acompañemos? – Le dije.

- Si esas cosas se nos acercan podéis ser un buen señuelo y, mientras os destrozan, yo podré escapar. Ah, por cierto, podéis llamarme Violet.

Subimos al coche y yo llevaba el volante. Vanesa iba sentada en el sitio del copiloto mientras que Violet iba en el asiento que había justo detrás de mí, dándome instrucciones sobre por donde ir.

Salimos del parking y la luz de la mañana nos cegó por momentos. Instantes después contemplamos una calle vacía. Sólo un par de personas deambulaban por ella sin rumbo fijo.

- A la derecha, acelera y no frenes. Cuando ya no puedas ir más hacia delante, gira a la izquierda.

- ¿A dónde vamos? – Pregunté, sabiendo que no obtendría la respuesta que buscaba.

- Tengo que encontrar una cosa. – Dijo ella, sin dar más pistas.

Giré hacia la derecha como había indicado y apreté el acelerador a fondo. El coche rugió y empezó a avanzar a toda velocidad. Las pocas personas que deambulaban por la calle pronto se convirtieron en docenas. Salían de detrás de los coches, de detrás de un quiosco, de las calles colindantes e incluso de algunos portales. Pronto una muchedumbre seguía el coche, aunque éste era mucho más rápido. Cuando llegamos al final de la calle giré hacia la izquierda como me había indicado Violet y unos instantes después me ordenó que frenase y que saliésemos del coche.

Nos encontramos delante de la redacción, de mi redacción.

- ¿Por qué hemos venido aquí? – Pregunté, intentando disuadirla de la idea de entrar allí.

- Creo que aquí puede estar lo que busco. Y más vale que abras la puerta si no quieres que nos maten. Empiezan a acercarse.

- ¿Cómo sabes que puedo abrir ésta puerta?

- ¿Crees que os rapté por casualidad? Abre la puerta.

Abrí la puerta y entramos los tres. Tras cerrar con llave apreté el interruptor y los fluorescentes parpadearon varias veces antes de iluminar la sala.

Violet se abalanzó sobre el paquete de éternité en cuanto lo vio.

- Esto es. Lo sabía. ¡Shit! – Maldijo en inglés.

- ¿Por qué usasteis esto? ¿Cómo lo conseguisteis?

- No sé. Ramón lo consiguió. Yo no tengo nada que ver con eso. – Le dije, con más miedo que vergüenza.

- ¿Nos vas a contar quién eres y cómo sabías que teníamos eso? – Replicó Vanesa.

- Simplemente me informaron que un paquete con éternité venía hacia aquí y mi misión era interceptarlo. Como veis he llegado tarde. Demasiado tarde para evitar toda esta mierda.

Cayó abatida en un sillón, tras un largo suspiro.

- Bueno… Y ahora ¿qué hacemos? – Pregunté.

- Esa herida de tu brazo… ¿Cómo te la hiciste?

Sin darme tiempo a contestar, me pasó un algodoncillo de los que venían en la caja y me pidió que lo frotase por la parte interior de la mejilla. Se lo devolví empapado y ella lo metió en un bote con un líquido que en principio era transparente pero tras agitarlo suavemente cogió una coloración azul cielo.

- Estás infectado. – Dijo sin pestañear mientras se encendía otro cigarro.

Esas palabras me produjeron un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo de arriba abajo e hizo que tuviese que sentarme para poder digerir el mensaje.

PostHeaderIcon capitulo 9

Cogimos unas mochilas del cuarto trastero que nos echamos a las espaldas repletas de víveres que habíamos cogido de los armarios de la cocina de Ramón. Buscamos lo que tardase más en caducar y fuese sencillo de preparar. Cogimos encendedores, cerillas, un par de cuchillos y rellenamos los huecos restantes de las mochilas con botellas de agua que había en la nevera.

Era el momento de salir. El Sol había salido hacía pocos minutos por lo que tendríamos bastantes horas de luz por delante sin necesidad de electricidad.

Me aseguré de llevar encima tanto las llaves del piso como las del coche de Ramón así que tras echar un ojo por la mirilla de la puerta, salimos del piso. Cerré con llave ya que el piso era un refugio que se podría utilizar en un futuro y nos dirigimos con cautela escaleras abajo.

Eran cinco pisos más el que conducía al parking. Bajamos lentamente a la cuarta planta, donde la puerta de uno de los pisos estaba abierta, pero no había luz en el interior. Continuamos bajando, llegando al segundo piso, donde un reguero de sangre apuntaba al piso inferior y no invitaba a bajar, pero no teníamos más remedio.

Yo iba primero y bajé un par de escalones con cautela y pude ver el cuerpo de un hombre lleno de sangre plantado delante de la puerta del ascensor. ¡El ascensor, claro! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes utilizarlo para bajar al parking? Aún había electricidad y debería funcionar.

Volvimos al segundo piso y llamamos al ascensor, lo cual formó un alboroto que hizo callar al silencio que reinaba en todo el edificio. El ruido pareció haber alimentado la curiosidad del hombre que se encontraba en el primer piso y ahora subía por las escaleras, mientras el ascensor abría sus puertas mostrándonos una salvación momentánea.

Corrimos hacia dentro y pulsamos el botón del parking. Las puertas empezaron a cerrarse lentamente, pero el hombre ya corría hacia nosotros y metió un brazo en la cabina del ascensor antes de que las puertas se cerrasen completamente. Las puertas se abrieron y sin pensármelo empujé con todas mis fuerzas al hombre, que cayó rodando por las escaleras. Ésta vez sí, el ascensor se cerró y comenzó a descender hacia el parking mientras oíamos como aquél hombre había vuelto a subir al segundo piso y golpeaba con violencia la puerta del ascensor.

Llegamos al parking sin más sobresaltos. Las puertas se abrieron y un montón de coches esperaban en la oscuridad a que alguien los arrancase, pese a que muchos de ellos se quedarían allí para siempre.

Empecé a apretar el mando a distancia del coche, pero no parecía abrirse ninguno. Caminamos unos metros entre las filas de coches hasta que uno dio varios pitidos y los intermitentes se encendieron. Era ese. Un todoterreno de gama alta casi nuevo. ¿Cómo podía Ramón permitirse ese coche? Con lo que salía del periódico está claro que no… Al menos yo no podría haberme permitido ese coche en la vida.

Abrimos el maletero e introdujimos las mochilas dentro. Era un maletero bastante grande, incluso sobraba espacio después de poner las dos grandes mochilas cargadas de comida, agua y varias cosas más.

Cerré el maletero y miré con una sonrisa a Vanesa – ¿Nos vamos? – le dije.

- Creo que no – Contestó Vanesa mirando algo detrás de mí.

- Yo tampoco lo creo, dame esas llaves.

PostHeaderIcon capitulo 8

- ¿Te has dado cuenta, Vanesa? – Le dije, aún contemplando la escena pese a que hacía ya más de quince minutos que todo había sucedido.

- ¿De qué?

- No se levanta.

- Tienes razón… Hasta ahora todos se habían levantado. Ella no.

- ¿Qué diferencia ha habido entre su muerte y la de los demás?

- Hmm… ¿Que no la han destrozado con sus propias manos?

- Exacto. Algo tiene que ver con eso. Si ellos te matan directamente vuelves. Aún no sé bien porqué. Ni porqué atacan y una vez mueres dejan de sentir interés por ti. ¿Por qué no se atacan entre ellos, por ejemplo?

- No lo sé Vicente. Por cierto, me he quedado sin batería en el móvil. Ya no podremos saber qué está pasando fuera.

- Sí lo sabremos. Mañana saldremos de aquí con el coche de Ramón. Iremos a la redacción e intentaremos averiguar algo que nos ayude y quizá podamos…

- Mira – Me interrumpió señalando a la calle. – Alguien ha tenido la misma idea que tú, Vicente. – Continuó diciendo.

En la calle un hombre con una barra de metal seguido de su familia salía de un portal cercano. Se les acercó uno de los que rondaba por la calle y el hombre le proporcionó un golpe en plena cara, le rompió la mandíbula que quedó completamente desencajada y cayó al suelo.

Abrieron un coche cercano y fueron entrando rápidamente. El hombre antes de entrar en el asiento del conductor golpeó a una mujer que se acercaba corriendo, descalza y con un vidrio que traspasaba su pie derecho. La dejó en el suelo, tratando de incorporarse tras el golpe y se metió en el coche.

El alboroto había atraído la atención de muchos infectados que se acercaban a toda velocidad al coche que para ellos no era más que una lata de conservas que había que abrir. Un hombre de cabello cano golpeó el coche por la parte posterior, rompiendo la luna trasera. El coche dio marcha atrás y le pasó por encima. Cuando el hombre trataba de incorporarse el coche aceleró hacia delante y lo volvió a atropellarlo. Otro brazo reventó una ventanilla trasera de un puñetazo, cogiendo a una niña de unos cinco años y sacándola por la ventanilla rota. Era el chico joven de la ambulancia que intentó atender a Ramón el día anterior. La niña lloraba y él le mordió una mano y tiró, arrancándole brutalmente tres dedos. Después la lanzó contra el asfalto y la niña calló.

El coche había frenado en seco pero no había forma de salir de él. Estaba rodeado por más de diez personas que intentaban acceder a su interior y embestían con violencia.

La niña que yacía en el suelo se incorporó, sin mostrar mucha preocupación al muñón que tenía ahora como mano.

El hombre consiguió salir del coche con la barra de metal y golpeó a varios infectados pero pronto fue reducido. Lo golpearon repetidamente ante la mirada de horror de su mujer y sus hijos.

Finalmente los muertos consiguieron entrar en el coche y empezaron a atacar a los ocupantes. Un niño de diez años salió corriendo, esquivando las docenas de brazos que anhelaban cogerle pero no llegó al final de la calle. Un infectado con gorra azul salió de detrás de un coche y le cogió con ambos brazos, dándole un abrazo mortal mientras le mordía en plena cara. Los gritos del niño se oyeron en toda la calle. Cuando los gritos se silenciaron el chico de la gorra pareció perder todo el interés en el niño, soltándolo de golpe.

Pero aún quedaba alguien con vida en el coche. Un perro. Un cocker negro que ladraba a los infectados que había en el coche y habían sido su familia, pero ellos no le hacían el más mínimo caso. El perro salió del coche por la puerta del conductor que estaba abierta y se fue calle abajo sin que nadie tratase de impedírselo.

- ¿Aún quieres intentar lo de salir en coche? – Me preguntó Vanesa.

- ¿Se te ocurre algo mejor? Voy a ver que tenía Ramón en la nevera, deberíamos coger fuerzas antes de salir mañana.

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