PostHeaderIcon Capitulo 22

El coche pasó por delante del grupo levantando una gran polvareda a su paso. No pararon, aunque es casi imposible que no nos viesen.

- Deberíamos organizarnos, buscar un lugar donde poder estar seguros e ir limpiando la ciudad poco a poco. Dudo que esas cosas puedan entrar o salir de aquí, por lo que si acabamos con las que hay aquí dentro, toda la ciudad será segura. - Dijo el chico de los vaqueros.

- Ya... y ¿cómo se supone que haremos eso? - Replicó el hombre corpulento.

- Para empezar deberíamos presentarnos y saber quiénes somos. Seguro que hay cosas que sabemos hacer que nos podrían ser útiles para sobrevivir. Yo soy Raúl y trabajo, mejor dicho trabajaba en una tienda de discos.

- ¿Y de qué nos sirve saber eso? En fin... Yo soy Ezequiel y trabajaba como camionero. Vivo en la parte suroeste de la ciudad con mi familia pero... - El hombre se sentó en una roca - Ahora toda mi familia ha muerto. Todos quedaron atrás.

El polvo empezó a asentarse de nuevo mientras la chica que había tenido la idea de pasar por debajo de la verja tomó la palabra.

- Yo soy Marta. La verdad ahora mismo no estaba haciendo nada. Estudiaba un cursillo de cosmética hasta hace unos días.

- Menuda perla... - Murmuró Ezequiel más fuerte quizás de lo que le hubiese gustado.
- ¿Algun problema? - Protestó la chica.

Ezequiel suspiró, se levantó de la piedra donde estaba sentado y dio unos pasos alejándose del grupo.

- Me llamo Rubén y trabajo como informático. Creo programas y esas cosas. - Dijo mi marido.
- Muy útil eso también. A los muertos les pintaremos los labios y les daremos un videojuego para entretenerlos - Volvió a protestar Ezequiel, esta vez en voz alta.

Ezequiel era un hombre rudo. El estereotipo del típico camionero. Era grande, corpulento tirando a gordo y apestaba a sudor, aunque supongo que todos apestábamos después de estar varios días sin darnos una ducha, pero quizás él ya llevaba tiempo antes sin lavarse incluso cuando tenía una casa y agua corriente.
No parecía tener intención de llevarse bien con nadie. Quizás simplemente no quería hacerlo ya que todas las personas con las que se llevaba bien hasta hace unos días habian desaparecido y pensaba que era mejor así. Quizás estuviese en lo cierto y era mejor no "encariñarse" con nadie más viendo como estaban las cosas.

Todos hicimos oídos sordos al comentario de Ezequiel y viendo que el chico que quedaba no se animaba a hablar, lo hice yo.

- Hola a todos. Soy Raquel y trabajaba de cocinera en el restaurante "A la leña sabe mejor", no sé si lo conoceréis. Creo que la idea de Raúl es acertada. Deberíamos buscar un sitio donde estar seguros.

- Seguros no estaremos en ningún sitio. Yo me voy a mi casa - Iba diciendo Ezequiel mientras se alejaba de todos nosotros.

Nadie hizo ademán de detenerlo y no me extrañó en absoluto. Noté que algo tiraba de mi pantalón. Era mi hija, Laura. Era un buen momento para presentarla al grupo.

- Y ésta de aquí es mi hija Laura - Dije mientras la cogía en brazos. Ella saludó con la mano y todos sonrieron por primera vez desde que escapamos del campamento.

Miré al chico que aún no había hablado para ver si ahora sí quería presentarse. Él me miró y notó como todos le miraban pero no hizo intención de hablar.

- Ya nos hemos presentado todos. ¿Cómo te llamas? - Le pregunté intentando ayudarle. Quizá estuviese en shock.

El chico me miró, pero no dijo nada. Probé de nuevo: - Ahora iremos a buscar un sitio donde poder estar a salvo, pero cuando quieras te puedes presentar.

El joven asintió con la cabeza. Almenos ya sabíamos que no era sordo y que entendía lo que escuchaba.

Mientras Ezequiel desaparecía entre las calles que estaban al otro lado de la carretera acordamos que iríamos al edificio de un club de natación. Quizá no sería el sitio perfecto, pero como suponíamos, tendríamos una fuente de agua lo suficientemente grande como para cubrir nuestras necesidades mientras encontrásemos otro sitio.

En un primer momento habíamos pensado en ir a casa de alguno de nosotros, pero el sitio era insuficiente como para acoger a cinco personas. Además no sabíamos si aún llegaría agua corriente a los domicilios. Estaba claro que las personas encargadas de hacer que todo funcionase ya no se encontraban en sus puesto de trabajo y que, tarde o temprano, volveríamos a estar en la Edad Media, almenos en lo que a tecnología se refiere.

Cruzamos la carretera por la que hacía ya un rato había pasado el todoterreno no sin antes tapar el hueco por el que habíamos entrado. No sabíamos si los muertos podían pensar, incluso no sabíamos a ciencia cierta lo que eran, pero preferíamos no dar ninguna ventaja e intentar mantenerlos al otro lado de la valla.

Si conseguíamos eliminar a todos los que se encontraban encerrados como nosotros en la ciudad, quizá podríamos sobrevivir unos meses a la espera de que alguien nos rescatase más tarde.

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