PostHeaderIcon Capiulo 16

Los soldados rodearon la enfermería mientras nosotros permanecíamos todos juntos en el comedor. La lona lo cubría sólo parcialmente y eso nos permitía ver la enfermería.

Con un golpe seco parte del material prefabricado del que estaba hecha la enfermería salió por los aires. Por el agujero empezó a salir gente, la mayoría personal sanitario, pero también los heridos que se encontraban allí recuperándose.

Uno de los soldados con un megáfono ordenó que se detuvieran y se tirasen al suelo, pero al ver que era inútil cualquier tipo de diálogo hizo un gesto con la mano y las balas llovieron sobre los cuerpos. Cientos de balas acribillaron tanto los cuerpos como la enfermería. El petardeo ensordecedor de las balas duro casi un minuto, pero me pareció eterno. Cada cuerpo tenía 20, 40 o 100 agujeros de bala pero aún así seguía avanzando.

Algunos caían pero volvían a ponerse en pie. Otros se arrastraban al tener las piernas rotas y otros simplemente se movían sin poder desplazarse al tener todo su cuerpo mutilado.

Los soldados se miraban entre ellos. No sabían qué hacer. Poco a poco los infectados se fueron acercando y ellos iban retrocediendo lo que hizo que toda la gente saliese corriendo en todas direcciones y el refugio se convirtiese en un caos. La gente se dirigió a la puerta para poder salir pero un escuadrón de soldados situados delante de ella les ordenó que no se acercasen. Un chico rubio, de unos veinte años de edad se abalanzó sobre los soldados y éstos abrieron fuego sobre él, lo que no hizo más que aumentar la histeria del momento.

Estábamos atrapados. O caíamos en las garras de los infectados o nos disparaban. Optamos por que nos disparasen. Una marea de gente se abalanzó sobre los soldados que estaban delante de la puerta y éstos no pudieron hacer otra cosa más que disparar a todo lo que se les venía encima. Mataron a docenas, quizás algunos cientos, pero todos los demás pudimos escapar gracias a ellos. Pasamos por encima de los soldados y tiramos abajo la valla que nos separaba del exterior.

Entre nosotros habían infectados que iban cazando todo lo que podían. Eran como ballenas atacando un banco de peces. La gente se dispersó en todas direcciones. Corríamos mientras ellos hacían lo mismo detrás de nosotros. Nadie se paraba a no ser que un pariente cercano fuese atacado, en cuyo caso caían ambos. A veces ni eso. Pude ver a maridos abandonando a sus mujeres mientras eran devoradas. Hijos abandonando a sus padres ya ancianos porque no podían correr, o padres abandonando a sus hijos a su suerte cobardemente.

Nosotros tres nos mantuvimos unidos y corrimos por aquél semidesierto. Junto a nosotros venían varias personas más. La mayoría jóvenes. Durante la huída se produjo un proceso de selección natural al que no estamos acostumbrados los humanos. En la sociedad actual se intenta que todas las personas tengan las mismas oportunidades y derechos. Se intenta que gente con alguna discapacidad, ya sea mental o física pueda hacer lo mismo que una persona sana. Es un proceso que parece lógico y moral pese a ser del todo antinatural.

Sobrevivimos los más fuertes, los más rápidos, los más resistentes. Todo aquél con una minusvalía, con sobrepeso, con asma, en baja forma o simplemente entrado en años, cayó aquél día.

Nos encontrábamos a las afueras de la ciudad. Mejor dicho entre dos ciudades. Lo suficientemente lejos de ambas como para no poder llegar a pie a ninguna de ellas en menos de 8 horas.

Optamos por apartarnos de la carretera principal pero la seguíamos paralelamente para poder volver a nuestra ciudad. No tenía sentido ir a otro sitio. No tenía sentido huir hacia ninguna parte puesto que ya nada era seguro. Regresaríamos y lucharíamos por nuestros hogares.

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