PostHeaderIcon Capitulo 18

Ya podíamos ver como los edificios se erguían en el horizonte. Llegamos a la ciudad por el norte de ésta, por donde habíamos salido unos días atrás. Nuestro hogar no quedaba muy lejos, apenas a unas manzanas de distancia.

- Ya hemos llegado... ¿Alguna idea de como entrar? - Preguntó uno del grupo.
- Quizás... - Murmuró la chica que horas antes iba llorando.
Se apartó de nosotros. Sus pasos decididos indicaban que buscaba algo, no había duda, pero ¿el qué?

Sus pasos se convirtieron en zancadas y echó a correr resiguiendo la valla. Cuando estuvo a unos cincuenta metros del grupo, se agachó y nos hizo señas de que nos acercásemos.

Se encontraba frente a la valla y sonreía.

- ¿Qué te hace tanta gracia?- Le dijo un chico joven que vestía unos tejanos y una camiseta roja.
- ¿No lo veis? Estamos en medio del descampado.
- ¿Y qué? - Insistió el joven para ver si la chica explicaba de una vez que era lo que los demás no veíamos.

Pegó un par de puntapiés al suelo levantando trozos de tierra.

- La tierra está blanda. Podemos cavar y pasar por debajo de la valla.

Un murmullo recorrió al grupo y pronto todos nos encontrábamos cavando con nuestras propias uñas o los que tuvieron más suerte con alguna roca que encontraron en el descampado.

A ratos miraba al otro lado de la valla, pero no había nadie. La imagen transmitía una tranquilidad que ponía el vello de punta. Una racha de viento trajo la hoja de un periódico hasta la valla haciendo que me sobresaltase y que los demás me miraran. El periódico tenía como fecha 21 de Marzo, quizás fuese el último periódico que se repartiría nunca más en nuestra ciudad.

Cuando el agujero fue lo suficientemente grande como para que una persona adulta cupiese por él, nos fuimos arrastrando para pasar al otro lado de la valla. Uno a uno, todos entramos en lo que aquél chico horas antes había llamado "el Chernobyl del s.XXI" y ésto me hizo pensar que éramos como esa gente que volvió a Pripiat después del desastre nuclear. Esa gente que, pese a saber que volviendo atrás les esperaba una muerte casi segura, decidieron volver a sus hogares para acabar sus vidas donde habían nacido.

El ruido del motor de un coche, seguramente de gran tamaño, me sacó de mis pensamientos y todos contuvimos la respiración. Había alguien más en la ciudad.

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