PostHeaderIcon Capítulo 23

El recinto en el que estaba situada la piscina era grande. La piscina era cubierta y se encontraba dentro del edificio aunque cuando se celebraba alguna competición pasaba a ser una piscina descubierta simplemente desmontando la lona que la cubre. Una vez retirada la lona, las gradas que había tras ella se plagaban de gente aunque raramente se llenaban del todo. Normalmente sólo familiares y conocidos de los nadadores entraban a ver las competiciones además de algún jubilado que al ver más gente de lo normal en el recinto, entraba a ver qué sucedía y finalmente se quedaba a ver la competición ya que no tenía nada mejor que hacer.

El primer escollo que tuvimos que superar para entrar fue una verja verde que rodeaba todo el edificio. La mayoría del perímetro además estaba rodeado por un muro de setos verdes y frondosos que impedían ver el interior del recinto. Solamente no había setos en la entrada que era una puerta de hierro corredera que debía pesar una barbaridad.

Decidimos pasar por encima de la puerta. Ayudándonos los unos a los otros en poco tiempo estábamos todos al otro lado de la verja. Pese a que nos pareció un engorro, seguramente más lo sería para los muertos. No sabíamos si podían trepar, pero cuantas más barreras físicas hubiese entre ellos y nosotros más seguros nos sentiríamos.

El recinto contenía unos pequeños jardines que bordeaban el camino que llevaba directamente al edificio en el que se encontraba la piscina y las instalaciones.

Pese a llear una semana o algo más sin cuidado alguno, los jardines tenían buen aspecto. La puerta se encontraba cerrada, al igual que las ventanas que se encontraban en la planta baja. Éstas, además, contaban con barrotes que protegían los cristales de las mismas.

- Podríamos romper el vidrio de la puerta y entrar.- Propuso Raúl señalando las piedras que delimitaban el camino que iba desde la entrada del recinto hasta el edificio interior.

- No creo que sea buena idea que nuestro refugio tenga la puerta rota. Igual que nosotros tendremos vía libre, también esas cosas o cualquiera que pasase por aquí la tendrá. - Dijo Marta mientras buscaba otra posible entrada.

- Podríamos romper el vidrio como dice Raúl, después deberíamos reforzar la puerta clavando algún tablón de madera o algo similar que encontremos en el interior. - Comentó mi marido, Rubén.

- ¿Un tablero de madera en una piscina? No lo creo. - Contestó Marta.

Nos quedamos pensativos, en silencio, esperando a que a alguno de nosotros le llegase la inspiración.

- Mama, pipi.- Me dijo mi hija Laura mientras tiraba de mis pantalones. Yo, sin hacerle el menor caso observaba como el chicho que aún no había dicho una palabra se acercaba a la puerta. Era un chico alto y espigado. Pelirojo y con el pelo corto, casi rapado.

Se acercó a la puerta, giró el pomo y la puerta se abrió hacia adentro haciendo rozar su parte inferior recubierta de goma con el suelo.

- ¡Estaba abierta! Vaya ganas de complicarnos la vida sin antes probar lo más simple - Iba diciendo Raúl mientras cruzaba la puerta.

Mi marido, por su parte, sonrió al chico y éste a él, mientras Marta, y yo con Laura en brazos entrábamos en el interior del edificio.

- Mama, ¡pipi! -Volvió a quejarse Laura.
-Raúl ¿Ves algo ahí delante?- Preguntó mi marido, Rubén.
- Nada. Todo parece estar en su sitio. Cuando era pequeño estaba apuntado a este club ¿sabéis? Aunque no fueron más que un par de años. Era demasiado sacrificado el mundo del deporte para un niño de once años. Venid, por aquí están los servicios, que creo que a alguien le hace falta uno.

Pasamos por recepción y un pasillo que contenía unas vitrinas con trofeos y medallas además de orlas con las fotografías de todas las personas que habían pasado por allí. Cuando pasamos junto a una de ellas Raúl nos indicó que un niño pequeño y de aspecto enfermizo era él. Había cambiado bastante la verdad.

Pasé con Laura al servicio de mujeres que además contenía un amplio cambiador para que las chicas se pusieran sus trajes de baño antes de salir a la piscina. Abrí la puerta de uno de los servicios y dejé entrar a mi hija.

Pese a tener tres años no le gusta que haya nadie delante mientras hace sus necesidades. Es muy coqueta. No sé a quién ha salido la verdad. A su madre seguro que no.

Laura cerró la puerta desde dentro. Apoyé la espalda en la pared de azulejos mientras leía en la puerta "Adela y Juan", escrito con rotulador negro y decorado con varios corazones.

La luz del Sol entraba por una ventana pequeña situada en la parte más alta de la pared. No tenia cristal, simplemente unos barrotes que impedían la entrada a cualquiera. Supuse que la ausencia de cristal favorecía a la ventilación de los servicios.

De repente, un golpe contundente sonó contra la puerta del servicio contiguo al que se encontraba mi hija. Otro golpe.

- Mama, ¿has sido tú? - Preguntó Laura mientras un sudor frío me recorría de arriba a abajo.

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