PostHeaderIcon Capitulo 15

Todavía estábamos viendo por televisión lo que estaba pasando en nuestra propia ciudad, apenas a unas manzanas de distancia y no podíamos creerlo. Aún no había amanecido cuando golpearon la puerta varias veces. Pude escuchar como también golpeaban las puertas de los vecinos. Un hombre gritaba en el rellano que debíamos salir para ser evacuados.

Abrí la puerta y dos hombres entraron, preguntaron si había más gente en el piso aparte de nosotros cuatro y al sentir nuestra negativa nos condujeron escaleras abajo a toda velocidad.

Laura lloraba mientras mi marido trataba de tranquilizarla mientras la llevaba en brazos escaleras abajo.

No nos dejaron coger nada. Todos nos fuimos con lo que llevábamos encima. Nos subieron en camiones en los que íbamos apilados como ganado. No nos dijeron cuándo podríamos volver, ni siquiera si podríamos volver.

Dejamos nuestros hogares atrás y nos llevaron a un gran recinto vallado. En él había tiendas improvisadas donde nos metieron. Al principio una por familia. Después, cuando llegaron más refugiados las tiendas, de no más de seis metros cuadrados, eran compartidas por dos o incluso tres familias.

Además de las tiendas que actúan de dormitorios improvisados el recinto cuenta con un comedor común en el que sirven comida para todos dos veces al día. Comida y cena.

Unas letrinas como las que hay en las obras y una rudimentaria enfermería completaban la escena.

La gente tenía miedo. A algunos los arrestaron y no volvieron. Otros nos mantuvimos en silencio intentando no llamar la atención y todo nos fue más o menos bien, por lo menos los primeros días.

Compartíamos tienda con una pareja de ancianos. Éramos cinco. Mi marido, mi hija, el matrimonio de ancianos y yo. Eran buena gente y no tuvimos demasiados problemas. Tratamos de cederles las camas –si es que merecen ser llamadas así- más cómodas y ellos nos lo agradecieron.

A los tres días comenzaron los problemas. Teóricamente estábamos fuera de la zona de peligro. Una zona amplia de la ciudad que los militares ya habían vallado concienzudamente. Habían sellado las alcantarillas, las bocas de metro y cualquier otra vía de escape que pudiese propiciar que la infección se propagase.

Lo que no habían tenido en cuenta es qué pasaría si la infección se desataba aquí dentro. Y eso fue lo que pasó hace menos de 24 horas. Ayer llegó un nuevo cargamento de gente. Entre ellos una muchacha muy malherida que fue trasladada al instante a la enfermería. A las pocas horas la enfermería fue sellada y declarada en cuarentena.

Se escucharon golpes y gritos durante horas. Gritos de auxilio que los militares intentaron que no escuchásemos llevándonos al comedor. Aún así los gritos se colaban por la lona que hacía de pared aunque nadie quiso decir que los oía. A las pocas horas ya no había gritos. Simplemente golpes. Golpes en las puertas que pronto fueron atrancadas con tablones o cualquier cosa que tuviese consistencia.

Dudo que lo que haya ahí dentro tarde mucho en salir. La enfermería no es más que una chabola de material prefabricado.

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