PostHeaderIcon Capitulo 3


- Nada. Sólo está frío. Quizás tarde un poco en hacer efecto… No sé. Ya puedes parar eso Vanesa.
- Es un timo... – le dije, más buscando que me argumentase que no lo era que para desanimarlo.
- Habrá que esperar para comprobarlo. El problema es que habrá que esperar años para saber si esto me está manteniendo.
- Aquí hay algo más- dijo Vanesa rebuscando en la caja – Mira, vienen unos bastoncillos como los de los oídos y líquido en un botecito…
- A ver… Espera que mire las instrucciones. Ya decía yo que lo de ser inmortal no podía ser tan fácil. Aquí está. Sólo es para comprobar si lo has hecho todo bien según pone. Dice que pasadas dos horas coja un algodoncillo y me lo frote por la parte interior de la mejilla y después lo moje con el líquido ese. Si el algodoncillo se vuelve azul todo está bien, si el algodoncillo no se tiñe probar una hora más tarde y si aún así no se tiñe llamar a un número que viene aquí. Por mucho que no se tiña dudo que pueda reclamar algo. Bueno, vamos a tomar algo, después miramos si todo ha ido bien. Vamos a celebrar que soy inmortal, ¡yo invito!

Fuimos a un bar al que solíamos acudir después de trabajar, al salir de la redacción por las tardes. Cada pocos minutos íbamos preguntándole a Ramón cómo se encontraba y si no sería contraproducente tomar alcohol habiéndose inyectado eso. Él simplemente respondía entre risas que era inmortal, que una cerveza no lo mataría.

Y quizás una no, pero pasada ya una hora y media eran unos cuantos los botellines que Ramón había vaciado por su garganta por lo que Vanesa y yo decidimos pagar y acompañarlo a su casa.
Le preguntamos si llevaba las llaves encima, a lo cual él se encogió de hombros y dijo que daba igual, que era inmortal. Se tiró al suelo y se tumbó. Parecía mareado. Sin duda el alcohol le había afectado más de lo que me pensaba. Lo levantamos tirando de sus brazos y rebusqué por sus bolsillos mientras él luchaba por mantenerse en pie. Las encontré en el bolsillo de su pantalón, después de haber encontrado el móvil, unos kleenex y las llaves de su coche.
Lo arrastramos unas calles hasta llegar a la puerta de su domicilio. Le pedí a Vanesa que abriese la puerta mientras yo lo aguantaba contra una pared. No parecía menos borracho que antes, pero por lo menos se mantenía en pie casi por sí mismo.
Subimos por las escaleras y nos encontramos con una vecina a la que saludamos educadamente, menos Ramón, que le soltó un “¡Que soy inmortal tía!” y una carcajada. La mujer suspiró y continuó bajando las escaleras.

- Una… Una cosa tíos. ¿Por qué vamos a mi casa? Es mi casa ¿no? Jajaja Sí lo es, sí…
- Tienes que descansar… - Le dijo Vanesa, aunque sin esperanzas de que él entendiese algo.
- ¿Descansar? Ya habrá tiempo para eso. Ahora soy… soy…
- Inmortal, que sí… - Le dijo ella mientras esperaba que yo abriese la puerta del piso.
Una vez abierta la puerta busqué a tientas el interruptor y la luz bañó el recibidor del piso. No parecía para nada un piso de soltero. Estaba bien decorado, amueblado y limpio. En ese momento me imaginaba que yo era el borracho y ellos me llevaban a mi cuchitril situado en el centro, qué vergüenza al día siguiente.

Entraron y cerré la puerta. Vanesa tumbó a Ramón en el sofá del salón pero él de un bote se levantó, diciéndole que nadie le daba órdenes al hombre inmortal. La verdad es que se le había subido a la cabeza la tontería de la inmortalidad. Curioseé un poco la casa y pude ver que tenía cuatro habitaciones, una de ellas vacía por completo. Las otras tres eran un dormitorio, un pequeño estudio y una sala donde había bastantes cacharros de lo que supuse que lo usaba como trastero. Demasiado espacio para una sola persona, pensé.
Mientras toqueteaba los botones de una cinta para correr que había en el cuarto trastero podía escuchar como Ramón seguía diciendo tonterías. Le escuché decir que ahora le iba a demostrar que era inmortal de verdad. Al instante, el ruido sordo del vidrio partiéndose en mil pedazos y un grito ahogado de Vanesa me hicieron presagiar una desgracia.

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